La férrea defensa que la diputada del Partido Acción Nacional, Mónica Rodríguez Della Vecchia, hizo de tres entidades convertidas en factores de poder en la escena pública, como Coparmex y las universidades Autónoma de Puebla y de Las Américas, desde la tribuna en el tercer informe de gobierno de Miguel Barbosa, tuvo una sutil respuesta del mandatario.
No fue perceptible para los legos de la cosa pública y tampoco para oportunistas, populistas ni ignorantes, como llamó a los opositores de ocasión la víspera, en su conferencia de prensa en Casa Aguayo.
La oposición es necesaria para gobernar, dijo Barbosa en un extenso discurso lleno de datos, cifras y políticas del gobierno, sin leer una sola cuartilla.
Dijo al inicio de su alocución respetar a todas y todos los integrantes del Legislativo y terminó con un agradecimiento por habérsele permitido hablar en el recinto legislativo, con respeto y libertad.
Y es cierto: de los 41 legisladores y legisladores no hubo uno solo que increpara al depositario del Ejecutivo en los casi 90 minutos que se mantuvo en la Mesa Directiva, a tiro de los dardos de una oposición contenida.
Había destacado Della Vecchia del resto de las posiciones de los grupos parlamentarios en la sesión solemne en el pleno, previo a la entrega del informe del mandatario. Fue una intervención llena de asperezas, propias de su condición opositora a la llamada 4T.
En su defensa de Coparmex, UDLAP y BUAP, obvió la diputada aspectos que rebasan con mucho detalles y matices que pueden ser pasados por alto.
Los líderes de Coparmex habían sido favorecidos con créditos fiscales, terrenos de propiedad estatal y negocios jugosos.
En el caso de la UDLAP, existe un conflicto familiar que ha escalado hasta los tribunales por un botín de 720 millones de dólares de una fundación creada para hacer obras en beneficio de la poblanidad, no de un grupo en particular.
El caso de la universidad pública es quizá el más emblemático de todos, con un exrector como Alfonso Esparza Ortiz, que junto con un grupo de prestanombres e incondicionales pervirtió las finanzas universitarias.
Pero Barbosa traía batería declarativa, como ocurre como los parlamentarios de peso pesado. Puso en su justa dimensión a quienes han polemizado, sin personalizar, para evitar caer en el nivel del debate, pero acaso deslizó no sin cierta malicia: “El que se ríe, se lleva”.
En el clímax de la participación en tribuna, el sitio en el que ha dicho sentirse más cómodo, se permitió una licencia para la que no toda la clase política está dispuesta. Por limitaciones académicas o argumentativas.
Habló de su convicción por mantener y profundizar el clima de libertades. Diversidad, libertad de expresión, reunión y asociación, y de paso recordó a legisladoras y legisladores sobre un debate largamente postergado: el del aborto, que forma parte de los “temas profundos en el Congreso que se reclaman en las calles”.
Al fin y al cabo, si existe un conflicto entre el derecho y la justicia, no habrá de tenerse duda y se deberá aplicar la justicia. Barbosa empleó un principio del Derecho Romano que viene desde la filosofía aristotélica, pero no todo su público estaba provisto para entenderlo.