En las casas de muchas y muchos compañeros del gremio periodístico hay mascotas que son familia. Puede ser el quehacer cotidiano que te concientiza sobre las realidades de la vida de un canino en la calle o lo solitaria que puede volverse esta profesión por exigente y absorbente.
Convivimos con ellos, en todos los ámbitos posibles empezando por el hogar, pasando por nuestras redes sociales y los hacemos partícipes de nuestra vida cotidiana. Los cronistas les escriben cuentos, los fotógrafos los hacen modelos y en los periódicos se reproduce la lucha por sus derechos.
En días recientes hemos escuchado de los asesinatos de 2 periodistas de Tijuana y la cadenas de omisiones y complicidades que llevaron a su muerte.
En la historia de una de ellas, Lourdes Maldonado, se volvió protagonista El “Chato”, un pitbull que fuera su perro fiel y que, en las imágenes de los fotógrafos de nota roja de la ciudad fronteriza, se aprecia que al día siguiente de su ataque la sigue esperando en la puerta de lo que fue su hogar.
Quizás la muerte de Lourdes, no sea distinta a la de otros comunicadores, pero sí con mucho más realce por haber acudido a pedirle ayuda al propio presidente de la República.
“Vengo también aquí para pedirle apoyo, ayuda y justicia laboral, porque hasta temo por mi vida, porque se trata de un pleito que tengo seis años con él”, resonó aquella mañana en el Palacio Nacional.
A Lourdes la mató una bala impune que terminó incrustada en el piso, la hirió un arma que sigue presta para dañar al que se le ponga enfrente, la asesinó un tipo que sigue en las calles escurriendo sangre inocente, la vulneró un sistema de protección omiso y nulo, la abandonó el alcalde, el gobernador y el presidente. A Lourdes la enterraron entre las culpas echadas al pasado y la gigantesca ola de lodo que se palean todo el tiempo quienes habitan en el Palacio Nacional.
A pesar de la terrible historia, su muerte puede ayudarnos a entender las repercusiones que tiene la realidad que se habita en este país: Un acto de violencia es capaz de generar olas de dolor hasta donde uno no se imagina.
Mientras tanto sigue y seguirá presente la imagen de Chato, un perro tosco de color canela, que sigue esperando por esa dueña a la que nunca, al menos en este plano de la existencia, volverá a ver. Chato, quizás como otros canes que la periodista rescataba, permaneció en el lugar exacto donde la asesinaron. Los vecinos lo han adoptado y le dejan comida, agua y una manta.
De acuerdo con las crónicas de los hechos, Chato pasó todo el día inmóvil y sin comer junto a la puerta. Todavía no entendemos cómo funciona la mente de estos animales, pero seguro que sabía que algo no andaba bien.
Son los ecos de la violencia, por la que cientos de miles han tenido que abandonar a sus familias, sus casas, la tierra donde nacieron huyendo de desenlaces fatales, otros han perdido a familiares, amigos y gente cercana, casi todos tenemos una historia que contar alrededor de alguien que ya no pudo compartirla.
A esta realidad, muchas veces inaguantable, no se le ve fin.
Jesús Olmos escribe Máscaras
Foto: @ellenreina