En la crítica a los gobernantes y sus acciones, no debería haber límites para los habitantes de este y de ningún país. La ciudadanía en general, pero principalmente en los grupos lastimados por las acciones del estado, se debe anteponer su derecho a cuestionar a los funcionarios de todos los ámbitos de Gobierno.

Desde el presidente de la República, pasando por los gobernadores, el Senado, la Cámara de Diputados, los Congresos locales y los más de 2 mil cabildos, con un sinnúmero de secretarías y jefaturas de departamento hasta las partes operativas, deben abrirse al ojo público con tolerancia a la crítica.

Todos y nadie deben salvarse de la exigencia del ciudadano de a pie, ávido de resultados por el desencanto generado por un fracaso histórico y monumental de toda la clase política, incrustada en facciones de colores.

Pero este papel protagónico del ciudadano en la toma de decisiones se ve profundamente opacado cuando las críticas no son a los hechos sino a las circunstancias.

Explico. El presidente de la República, emanado del partido que sea, puede caerle mal a cualquier ciudadano por las razones más disonantes.

En el caso del actual, Andrés Manuel López Obrador, puede tener rechazo por etiquetar y generalizar a sectores, por sus polémicos pronunciamientos, por hablar lento, por su tono discursivo y hasta por las ideas que propone, siempre y cuando no se incurra en expresiones clasistas, racistas, homófobas o xenófobas en su contra.

Lo mismo pasa con sus obras. El nuevo aeropuerto Felipe Ángeles es una buena muestra, al igual que el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas.

Las críticas clasistas no han cesado desde que se comenzaron ver los avances de la obra aeroportuaria que se entregará próximamente, y a medida que se han revelado detalles, actores sociales se ensañan en exhibir su desagrado por cuestiones de clase y no de fondo.

Que si los baños son decorados en torno a la lucha libre como en un mercado, que si el techo se ve aparentemente como de terminal de autobuses, que si la pista donde que fue abierta para andar en bici con los que nunca usarán un avión y que si mejor la llaman central avionera porque seguramente va a oler a guajalotes y antojitos.

“No solo los baños tienen toques muy mexicanos, el techo es un homenaje a la Central de Abastos. AIFA orgullo nacional”, escribió Leo Arriaga. “Si me eligen presidente, convertiré al AIFA en un Penal de Naquísima Seguridad”, dijo Pacasso. “Ah, caray ¿cómo que no es el Felipe Ángeles?”, escribió Laisha Wilkins junto a foto de la TAPO.

En todos estos argumentos falaces imperan los adjetivos calificativos que buscan denigrar y hacer menos por razones más allá de la estética, sino por una falsa idea de clase que rodea a los aeropuertos, además de una recalcitrante añoranza del NAIM, un sueño de embaucadora grandeza construido sobre derechos pisoteados.

¿Así quieren los opositores hacerse del respaldo popular? Ojalá comiencen por ahí, porque en serio están muy equivocados.

 

@Olmosarcos_

Máscaras escribe Jesús Olmos