Cada 40 minutos un tren con refugiados de Ucrania llega a la estación central de Berlín (Hauptbahnhof). Los mensajes por Telegram avisan a los voluntarios la hora exacta en que deben estar atentos para recibirlos: “A las 15:00 horas necesitamos gente que hable ruso y /o ucraniano en el pasillo 14, ayuden a la gente que no habla inglés. Si quieren ir a Paris, tenemos un autobús”.
Antes de que la avalancha baje las escaleras, aproximadamente 20 personas hacen una valla para guiar a las familias hacia el penúltimo piso de la estación, donde hay comida, bebidas, ropa, medicinas, chips de teléfono y hasta tickets gratis de metro. Los voluntarios utilizan un chaleco verde fluorescente, llevan en el costado su nombre, debajo los idiomas que hablan.Colocan carriolas en distintos puntos para las madres con bebés.
Yo me he quedado en el pasillo 14, donde una bandera de Ucrania y unas flores amarillas esperan a que los vagones se abran. He recibido instrucciones de ayudar a la gente que quiera quedarse en Berlín. En minutos se anuncia la llegada de las primeras familias con niños y mascotas. El viaje ha sido largo, la mayoría ha llegado desde Polonia, después de que Alemania avisara que el pasaje del tren sería gratuito.
Caras cansadas, lágrimas, desconcierto, ancianas y ancianos intentando comunicarse en su idioma predominan en ese recinto. Pero noto un común denominador; la mayoría de las personas que se han bajado del tren han sido mujeres y niños. Y es que tan sólo un día antes, Ucrania ha avisado que los hombres deberán quedarse en la guerra.
Pero de pronto alguien pide ayuda: “necesitamos sacar a estos señores del vagón”. Se trata de tres hombres de aproximadamente 60 años de edad; ninguno habla inglés, pero un voluntario se comunica con ellos en ruso, no dicen mucho, están ahogados en alcohol. Han tomado todo el trayecto para olvidar que su ciudad ha sido bombardeada.
Cada uno lleva sólo una maleta que ya no pueden cargar. Uno cae y la policía los auxilia. Probablemente fueron parte de los últimos hombres que lograron huir de Ucrania. Al mismo tiempo una mujer con su hija adolescente me pide con voz cortada que les consiga un lugar para quedarse. Las guío al cuarto donde decenas de berlineses esperan para darles un refugio.
Carteles con las leyendas “tengo un cuarto para dos personas” o “puedo llevarme una familia completa” las reciben. Ven atónitas esa escena y rápidamente una voluntaria ucraniana toma sus datos. Hay risas de alivio y lágrimas.
Justamente un par de días antes, los tabloides alemanes se llenaron con la noticia de la gran respuesta que se tuvo de parte de los berlineses al ofrecer un refugio, y es que además de las ONGs alemanas, las personas se han acercado por voluntad propia a ofrecer su casa.
Pero estas buenas intenciones, también acarrean lo opuesto. Del otro lado de los periódicos, estaba la historia de una ucraniana que llegó a Alemania y bajo la promesa de conseguir un lugar donde dormir, se topó con una red de trata de personas y prostitución.
BIPOC (Negro, indígena, persona de color)
De los vagones no sólo hay ucranianos, también hay estudiantes y personas de otros nacionalidades; India, Kenia, del Medio Oriente y hasta de Latinoamérica. La mayoría ya tiene un ticket para ir a otros lugares como París, Hamburgo o España. Algunos también quieren quedarse. Pero, a pesar de que también huyen de una guerra, han sido tratados diferente. En Frankfurt les han hecho una revisión minuciosa.
En internet se ha hecho viral el fuerte racismo que hay al rededor. Incluso algunos comunicadores se han atrevido de hablar del tono de piel y del status social de la gente que huye de Ucrania. “No estamos hablando del tercer mundo, son rubios y de ojos azules los que huyen. Esto es muy triste”, dice un corresponsal.
Es por eso que en Haupbahnhof también se ha dado la orden de abrirles las puertas a todos. E incluso se ha abierto una zona segura LGBT+ y para personas que se sientan agredidas por su nacionalidad o color de piel.
Durante mis primeros días como voluntaria, me he hecho amiga de otras tres chicas. El trabajo y la incertidumbre nos han traído aquí. Creo que como mexicana, esta practica no me parece lejana. Me acuerdo constantemente del temblor del 2017. Pero es verdad que esta vez, la sensación es diferente. A pesar de estar en una estación enorme, que ahora esta repleta de niños y mascotas, hay una tristeza y un silencio hondo difícil de describir.
@dianaegomez
Cartas desde Berlín escribe Diana Gómez