El destino viene atado a las palabras. Las que se dicen, las que se callan, las que se escriben, las que se leen. La historia se crea a partir de una palabra escrita.
“Hago del conocimiento de Ud. que en fecha reciente antes de su regreso esta Villa á Veracruz de mi hijo Sr. Ing. Gregorio Martínez Valdés, me confirió delicada Comisión de carácter familiar que ante Ud. paso á cumplir.”
Es jueves 30 de julio de 1964. Viesca, Coahuila, corazón de La Laguna, al norte de México. El pueblo despierta quieto, como hoy, como siempre. Don Gregorio, sabe que tiene que apurarse. Debe abrir la tienda en punto de las 8:00 horas. Las dos cuadras que median entre su casa y la tienda no son obstáculo alguno. El problema es otro. No es grave, pero implica un contratiempo en su rutina. Precisa de un tercero.
Son las 5:20 horas, despierta con el primer canto del gallo. La salida a la huerta se encuentra a tan solo metro y medio de la puerta de su cuarto y debe ir a la letrina. Se levanta, y camina sin luz. No ha puesto firme en su habitación, no piensa hacerlo, el suelo es arenoso y cree que está bien para él. Mercedes, su esposa, le exigió que el resto de la casa tenga suelo de cemento. “Es más limpio” fue su sentencia. Mejor no discutir.
La cocina ya huele a café. Mercedes no empieza su mañana sin tomarlo. A Don Gregorio le gusta tomarlo sin azúcar. Cargado. El agua caliente está lista en la hornilla dentro una olla de peltre azul.
– ¿Quién te va ayudar con la tienda? – le inquiere antes de tomar la olla.
– Tus hijos…Rosario y Jorge – responde Don Gregorio.
El encargo lo ha tenido un poco distraído. No es algo usual en su familia. La capital queda demasiado lejos. Lejos en distancia, lejos de su vida. Ni siquiera la imagina. No por falta de capacidad. Es simple y llano desinterés. No la ha necesitado. Hasta hoy.
Teodora, su tía, le sugirió ir con el hermano de Lupe, la de la bonetería. – El tiene una máquina de escribir – le dijo. “Era de un licenciado que ya murió y a él se la compró, es la única en el pueblo. Cobra por cuartilla”. Esa opción o viajar a Torreón para hacerlo.
Nunca había tenido la necesidad de hacer esto. Su hijo mayor se casó en el pueblo con una mujer de Viesca. Y a Mercedes, Socorro y Teresa, sus hijas, las fueron ‘a pedir’ con toda la dignidad requerida para el caso. Le preocupaba un poco la formalidad. Goyo, su hijo, le había quitado un poco de hierro al asunto. – Apá, no se preocupe. Escriba lo que le salga del corazón. Usted sabe qué hacer.
A las palabras hay que llamarlas para que aparezcan. Al plasmarlas les asignamos un hogar provisional, porque al final llegarán a su destino y ahí es donde cobran vida. Si no lo alcanzan, mueren.
“Acepte, distinguida y estimada Sra. qué, el presente documento es en sí mi persona y mi auténtica expresión.- Que estoy ante Vd. en el seno de su honorable casa con los respetos y atenciones que ella merece, para solicitarle la mano de su hija la apreciable Sta. Cristina Cajiga Torres para Matrimonio con mi hijo el Sr. Ing. Gregorio Martínez Váldes ya citado.- Ruégole tomar nota de la molestia inferida, asignar el plazo que Vd. estime pertinente para los trámites legales de acuerdo con las costumbres y tradición de ambas familias”.
Mediodía y se encamina a terminar (¿empezar?) con esta historia. El sol descarga su furia en la tierra. Don Gregorio lleva en la mano derecha un papel arrugado escrito de su puño y letra. Mira de lado y se persigna justo enfrente en la Iglesia de Santiago Apóstol, en el centro del pueblo. Atraviesa la plaza donde uno de los bancos hechos de cemento lleva el nombre de su tío Juan, uno de los héroes locales de la revolución mexicana.
La luz empieza a ser escasa, cosa que no sucede con el calor que se siente. Se levanta el sombrero y seca el sudor. Toma un sobre cerrado sobre el mostrador, lo lleva a la bolsa de la camisa hecha de manta. Ya no hay azúcar en la tienda, lo anota para no olvidarlo antes de cerrar la cortina. Mira al piso y suspira profundo.
En casa, Mercedes pregunta. Don Gregorio fue parco “Ya está lista” dijo. Es de noche, le gusta compartir la cena con sus hijos que aún quedan en el pueblo. Se acerca al comal para tomar las tortillas calientes. Hablan, ellos, de su día, “hay que apurarse, que el día de mañana sigue y no va a detenerse por nadie”.
“El resultado de la solicitud que por mi conducto hace ante Ud. mi hijo, le estimaré contestarlo a esta su casa en Viesca Coahuila. – o en su defecto directamente al Ing. que accidentalmente radica en Veracruz, Ver. ó en esa ciudad.- Muchas gracias por sus gentilzas y atenciones que dispense al contenido de la presente.-“
Al final, nuevamente quedan las palabras. Las de mis hijas preguntando por la historia de su familia. Las de mi respuesta contándoles sobre mi papá, su pueblo y su vida. Las palabras que dejaron su marca en un papel. Las escritas por encima del sobre buscando un destino. Las que mi abuela Cristina leyó. Aquellas que crecieron después de la respuesta. Las que engendraron conversaciones. Las que unieron caminos. Las que se convirtieron en la voz de juez, las de la homilía del Sacerdote…las que dejo escritas en este texto. Cada una de ellas conduce a un lugar distinto, pero convergen en un mismo punto. La vida.
Por Juan Pablo Martínez-Cajiga / @JuanChavito