El rechazo de la oposición en la Cámara de Diputados a la iniciativa constitucional eléctrica del presidente Andrés Manuel López Obrador, a pesar del cabildeo desde Gobernación, es muy grave, además de inédita en el sistema político mexicano. Su investidura ha sido abollada y su liderazgo ha menguado, mientras sus detractores se han envalentonado y se han unido mucho más.

La historia que tuvo el capítulo más negro para el tabasqueño la noche de este domingo, comenzó a escribirse desde el año pasado, con la mala selección de candidatos a los distintos cargos de elección que estuvieron en juego.

La soberbia y el exceso de confianza de los dirigentes formales del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) hicieron que las bancadas lopezobradoristas de San Lázaro perdieran, en conjunto, más de 50 curules, al pasar de la LXIV y la actual LXV Legislatura.

En Puebla, sólo por poner un ejemplo, se perdieron los cuatro distritos electorales federales de la capital, porque además de postular a malos candidatos y candidatas legislativas, en este caso específico se permitió que Claudia Rivera Vivanco buscara la elección consecutiva, a pesar de conocer que es la representante con más negativos de la Cuarta Transformación (4T) en el país.

El socavón electoral que el vivanquismo le dejó a Morena se extendió hasta la zona conurbada.

La repetición de Moisés Ignacio Mier Velazco como coordinador de la bancada de Morena, fue también un grave error.

Cuando el poblano heredó el cargo de su amigo y comparsa, Mario Martín Delgado Carrillo, a finales de octubre de 2020, para irse a presidir el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) morenista, la bancada tenía con sus partidos aliados la mayoría calificada natural.

Nada podía pasar. Cualquier diputado podría coordinar la aplanadora lopezobradorista de la anterior legislatura en el Palacio Legislativo y era imposible perder votación alguna, incluso de reformas constitucionales.

Pero el escenario cambió a partir del 1 de septiembre de este 2021, con la pérdida de medio centenar de curules.

Se requería de un gran negociador y un político experimentado y conciliador, para parlar, de ahí parlamento, con la oposición.

Seducir políticamente a los adversarios, convencerlos y, si fuera el caso, someterlos.

Andrés Manuel López Obrador, luego del fracaso de sus bancadas, a las que por cierto hasta el cierre de esta edición no ha felicitado, al menos por el intento, lo que evidencia su malestar, perdió el control que tenía, al menos en el escenario de lo posible, de la oposición.

Una prueba es el presidente nacional del PRI, Rafael Alejandro Moreno Cárdenas, quien de ser “Amlito”, por su supuesta cercanía y sometimiento al Presidente, y anda desbocado, lanzando retos y amenazas.

“La más grande derrota de Morena”, festina el campechano, a quien ya no lo asustan los amagos de la guillotina judicial, por los pendientes que dejó como gobernador.

El presidente amaneció con la investidura abollada y los culpables despachan en el predio que antes fue la Estación de Trenes de San Lázaro.

 

@Alvaro_Rmz_V

Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco