Futurismo obliga. No existe deporte que más ocupe el imaginario que lo que está por suceder. La sucesión está en todo encuentro, conversación, sueños y aspiraciones.
Una idea domina la escena. La batalla en 2024 no será hacia afuera, sino en el interior del partido en el poder, según se puede concluir.
La oposición sigue sin encontrar el timing. La coalición entre PAN-PRI-PRD no ha podido trazar una línea discursiva consistente, y el audio de las tranzas de Alejandro Moreno, líder del tricolor, como gobernador de Campeche abona a la opinión mayoritaria sobre la existencia de corrupción en la oposición.
La tarea de contrastar ejercicio de gobierno, deficiencias y tranzas no ha podido ser concretada, a dos años de la hora de la verdad: arrebatar el poder a Morena en el país y Puebla.
Las evidencias están en todas partes. El parto de una candidatura en las filas opositoras no será exactamente el mayor de los retos para los gobernantes y sus equiperos.
Lo otro sucede dentro de la casa del movimiento que construyó Andrés Manuel López Obrador. Al menos tres grupos políticos pelean desde hace semanas el dominio de la escena.
Están en diversas trincheras del Movimiento de Regeneración Nacional, y dan muestras de ello todos los días. La disputa por el poder estará en uno de sus momentos más intensos.
Las posturas de cada una de esas cabezas de grupo son irreconocibles. Las fobias personales y visiones opuestas de la política y filosofía de la izquierda dominan.
No existen siquiera puentes de entendimiento, y menos asomo de diálogo alguno por la simple razón de que los responsables del tejido fino y la buena política resultaron menos diestros que un párvulo.
En Puebla, Aristóteles Belmont, supuesto dirigente, resultó un oportunista que carece de capacidad siquiera para sugerir un acuerdo de paz para comenzar por la pacificación de un escenario balcanizado.
Al presidente de ese partido en el país, definido por una corriente política en la Ciudad de México como el “gerente”, Mario Delgado Carrillo, no le responden ni el teléfono.
Desgastado cómo está junto con el grupo de novatos que pasaron del activismo a las mieles del poder público, asumieron, sin tener vocación para el servicio público, que se puede eternizar, síntoma que padecen los novatos de la tarea política.
Son quienes apenas alcanzaron cartera en Morena y se hicieron de sus propias candidaturas. Como reparto faccioso, sin más recursos políticos que haber estado en el momento oportuno, sin decoro, ya con sus respectivas responsabilidades, pontifican, increpan… imponen.
A Belmont hay que añadir a Iván Herrera, Leobardo Rodríguez, Edgar Garmendia de los Santos, Carlos Evangelista, Daniela Mier y hasta Claudia Rivera.
Casta política de la izquierda que pasó de la etapa militante a la burocracia enmohecida sin haber hecho una auténtica aportación política que los ponga a salvo de esa condición lumpen.
Es probable que el pronóstico que López Obrador hizo del escenario de 2024, con una “paliza” electoral, que secundó en Puebla Miguel Barbosa, se cumpla por las anomalías estructurales que muestra la oposición.
La pregunta obligada es si con ese resultado se dotará de oxígeno a la nueva oleada de cínicos incrustados en el poder, como gracia concedida por el movimiento de López Obrador, el político de izquierda a quien todo deben.
Incluso, que a pesar de deficiencias éticas, intelectuales y políticas, anden por ahí medrando para perpetuarse más allá de 2024.
Parabolica.mx escribe Fernando Maldonado