Marco Tulio Cicerón definió el término personalidad, enfocándolo en cuatro diferentes significados: a) la forma en cómo un individuo aparece frente a las demás personas; b) el papel que una persona desempeña en la vida; c) un conjunto de cualidades que comprenden al individuo; y d) como sinónimo de prestigio y dignidad.
Basándose en las definiciones del filósofo y escritor romano, el Real Madrid apeló a cada una de ellas para construir una escalera, impropia de los mortales, que lo llevó a la conquista del décimo cuarto título de esta naturaleza. Tal vez, el más complejo de todos. Edificó, cada vez que la adversidad tocó a su puerta, una ruta de acceso para quebrar el obstáculo y seguir avanzando, porque el Madrid no sueña, calcula.
El conjunto blanco es un caso digno de estudio, porque la personalidad que ostenta en la máxima competiciones de clubes del mundo es inigualable. Y no es que sus integrantes no lo destaquen, es que no hace falta. La forma en cómo se desfigura la cara de los directivos rivales que, lejos de creer en la gesta, predice, aún sin antes jugarse el encuentro definitorio, una caída más a manos del Rey de Copas es un claro ejemplo. Porque sí, saberte rival de él, petrifica, nubla, impone y distrae. Luego, su papel en la vida del fútbol europeo y mundial cuelga con la etiqueta de ser la mejor institución en la historia del deporte madre, porque en un mundo actual, donde todo se cuestiona, pocas cosas tienen el efecto canónico como ésta.
Pero, ¿qué argumentos le compete para ser dignos de ese prestigio y dignidad? Es el “conjunto de cualidades” que lo comprenden. Es la capacidad de resistir cada embate del rival, sea de la calidad que sea, y defender el paso de las Termópilas, como el Rey Leónidas (interpretado por Gerard Butler en la película de Zack Snyder) lo hiciera con sus valientes 300 o, en este caso, Thibaut Courtois, en cada fase de eliminación directa de la Champions. Y si la escuadra de Chamartín llegaba a la zona cero, aparecía el “sistema integrado de actitudes y tendencias de conductas habituales en el individuo que se ajustan a las características del ambiente”, tal como dicta una de las tres miradas que Leal, Vidales y Vidales (1997) le otorgó al concepto personalidad, visto desde el plano psicológico.
Fue ahí donde el pedigree de los catorce veces campeones de Europa irrumpía y aniquilaba mentalmente al adversario, para después, con la autoestima por los suelos, vencer, en lo físico, con hombres como Karim Benzema (34 años) o Luka Modric (36 años). Esa estirpe de los grandes contagió a muchachos de 19, 20 y 21 años el creer, el ser parte del “prestigio y personalidad” que Cicerón mencionaba, aún sin haber estado en las anteriores batallas.
También hubo un plan de juego ganador que incluía los descensos de Karim para hacer saltar a los rivales, esos mismos rivales que abandonaban su zona convencidos de anular ataque y que, cuando más confiados mordían, eran arrasados por Vinícius Junior al espacio. Porque en la época de las presiones altas, el Madrid se sabe capaz de juntar a Alaba, Kroos y Modric y burlar un dispositivo tan fuerte como el del Liverpool de Klopp o el Chelsea de Tuchel.
Desde la pasmosa calma que otorga el beber un buen whisky o fumar un gran habano, Carlo Ancelotti otorgó una cátedra para aquellos que osan jubilar prematuramente a la vieja guardia. Con base en gestionar y mover lo justo en pizarra, potenció a sus grandes figuras, arreó a la oleada de chiquillos imberbes y, con eso, eliminó a tres de las grandes mentes tácticas de las últimas dos décadas balompédicas, más el monstruo de tres cabezas parisino.
El sufrimiento, inevitable, fue más tangible que nunca: la victoria del Sheriff Tiraspol, el equipo del país que no existe; los cero disparos blancos en Paris; los tres tantos en 75 minutos del Chelsea; las nueve ocasiones de gol creadas por el City en la serie y las nueve atajadas de Courtois ante los Reds. Sin embargo, el Madrid sobrevivió, se repuso y golpeó en cada uno de los escenarios mencionados. Vive del pánico, se alimenta de ello. Y entonces, ahí, aparecen los goles de Rodrygo, las galopadas de Vini, los disparos de Benzema o las asistencias de Modric. Gestos solo al alcance de los merengues. A fin de cuentas, con el Madrid nada es normal.
Por Gilberto Galván Quirino