Un excandidato a la gubernatura y alguna vez segundo al mando del Gobierno de Puebla, un hombre que acumuló poder (y quizás derivado de ello, también se hizo de plata), es considerado el principal sospechoso del feminicidio de una reconocida abogada y activista feminista en Puebla.
Si se alcanza a dimensionar el tema, estamos hablando de uno de esos hombres a los que la política les dio todo y cuyo fuero se vio robustecido por la posibilidad de mover hilos para que se hiciera lo que a su parecer fuera conveniente, ya fuera para sus intereses y quizás en un segundo plano, para las necesidades del estado.
El segundo al mando de aquellas casi lejanas épocas, es otro de esos hombres que vivió la plenitud del poder, los excesos y derroches que culminaron con la época del priísmo peñista, había sido señalado por lo menos en dos ocasiones de amenazas y despojo, de incumplimiento de sus obligaciones y, finalmente, ahora de asesinato.
Javier N, como debemos nombrarlo ahora por el debido proceso, también ha sido un hombre cuyos derechos civiles, sexuales y reproductivos ha ejercido en plenitud, quizás, hasta con exceso.
Producto de ello tuvo 2 matrimonios e iba por un tercero, se le conocieron varias parejas y ha procreado varios hijos. Para nada escapa del conocimiento público que las mujeres que se acercaron a él padecieron de un clima de violencia, hostigamiento y, finalmente, abandono.
Todo lo anterior quizás no habría sido posible si Javier N, quien se sabe hasta el 2020 militó en el Partido Revolucionario Institucional y buscó mantener su coto de poder en la entidad, no hubiera sido un hombre de poder.
Es casi una certeza entre quienes han hablado del caso que su acceso a las cúpulas le permitió pasearse con total impunidad en medio de litigios y litigios, y postergar la obligación que adquirió como hombre, pero que eludió como lo hace un auténtico cobarde.
Muchas veces cometemos el error de observar a los personajes de la vida pública, el poder y las instituciones en un blanco y negro, sin detenerlos en los matices.
Es complejo analizar el trabajo de la Fiscalía General del Estado, como si de un examen se tratase, la trama completa que involucra a un hombre desobligado con su parentela y sopesarlo con indagatoria por el feminicidio que alcanzó la conferencia matutina presidencial.
Pocas, o más bien, casi ninguna de las veces que cuestionamos el desempeño de las Fiscalías, estas instituciones son capaces de entregar indagatorias con tal nivel de pulcritud como la que entregó la que está al mando de Gilberto Higuera Bernal, dejando muy poco margen a las dudas y las teorías conspiratorias.
Quedará la duda si la conducta final por la que ha alcanzado la cárcel y por la que podría pasar 60 años en prisión pudo evitarse si las instancias a las que acudió de forma recurrente Cecilia Monzón hubieran atendido con prontitud y celeridad sus constantes quejas.
Pero también es cierto que pudieron haber hecho más mientras Cecilia Monzón tenía vida, para cercarla a ella, sus mujeres y sus casos, a una vida libre de violencia como la que deseamos que impere para quienes nos rodean.
El hombre de la camioneta nueva, de los lujos y excentricidades, de las roscas de reyes y las sonrisas socarronas, el que duerme ahora en el penal, del que lo que haya dejado como legado será borrado, simplemente es un hombre.
@Olmosarcos_