Es conocido que el ejercicio ayuda a tratar la obesidad, un problema de salud creciente en el país que desencadena otras enfermedades -diabetes e hipertensión, por ejemplo- y uno de los factores principales que exacerban la sintomatología de COVID-19. Sin embargo, existe controversia en cuanto a la rutina adecuada a practicar, en ocasiones no es la apropiada y ocasiona un desgaste excesivo el primer día, incluso a nivel de articulaciones, lo cual desmotiva a las personas.
Un equipo interdisciplinario de la BUAP, liderado por el doctor Erick Landeros Olvera, investigador de la Facultad de Enfermería, propuso una dosis de ejercicio aeróbica cardiovascular para regular las concentraciones de hormonas segregadas en el tejido adiposo, adiponectina y factor tumoral-alfa, involucradas en el desarrollo de padecimientos cardiovasculares y diabetes.
Landeros Olvera, quien recibió el Reconocimiento al Mérito en Enfermería “María Guadalupe Cerisola Salcido” 2022 por el Consejo de Salubridad General, explicó que esta dosis de ejercicio es gradual y progresiva para personas con sobrepeso y obesidad; se realiza en caminadoras y en cicloergómetro, este último para aquellos con problemas de rodilla. De igual manera, esta rutina puede trasladarse a escenarios de parques y pistas públicas como una medida para mejorar la salud y el sistema inmunológico.
La dosis tiene una duración de 10 semanas, con cinco veces a la semana. Comienza con 20 minutos y después de la séptima semana 40 minutos de ejercicio efectivo. Se ha probado con mujeres, adolescentes y adultos mayores, con sus respectivas modificaciones.
Durante la actividad física se calculó la frecuencia cardiaca de reserva, de acuerdo con la edad, para alcanzar latidos que indiquen un esfuerzo físico. “Inician en 117-130 latidos por minuto en las primeras semanas y terminan con 175-180 latidos por minuto”, detalló el académico, quien menciona que el esfuerzo también se puede medir con una escala cualitativa cuando no se tiene un cicloergómetro o un pulsómetro, porque se está considerando la práctica de ejercicio al aire libre.
Para conocer su peso exacto, en el Laboratorio de Ejercicio Cardiovascular se midió de manera previa en los participantes el porcentaje de grasa, músculo y agua en su organismo, independientemente de su complexión, con ayuda de una báscula de impedancia bioeléctrica.
Igualmente, se les tomó medidas de la circunferencia de cintura y se realizaron análisis clínicos para conocer su concentración de triglicéridos, insulina, glucosa, adiponectina y factor tumoral alfa, medidas indicativas de acumulación de grasa.
Erick Landeros Olvera, doctor en Ciencias de Enfermería por la Universidad Autónoma de Nuevo León, destacó que los resultados obtenidos fueron positivos. “Al final de la dosis de ejercicio se realizó nuevamente la medición y compararon los promedios aritméticos. De esta manera, sabemos si los cambios son significativos. Estos han sido reales, se aprecian en los estudios clínicos y han tenido efecto en los sujetos de estudio”.
Además, los pacientes disminuyen de peso. “Hemos tenido pacientes que bajan 16 o 17 kilos. Cada organismo reacciona diferente a la dosis de ejercicio. Por consiguiente, la rutina y esfuerzo físico calculado puede utilizarse como una herramienta de protección cardiovascular y antidiabética, situaciones que deben reforzarse, dado que las enfermedades crónicas aumentan la mortalidad por COVID-19”.
El equipo de investigación está integrado por médicos, rehabilitador físico, nutriólogo y profesionales de enfermería de las facultades de Medicina y Enfermería, así como del Instituto de Fisiología de la BUAP, con el fin de cuidar varios aspecto