Nunca la oficina antidrogas de Estados Unidos había puesto un precio tan alto por la cabeza de un narcotraficante mexicano como con Rafael Caro Quintero: 20 millones de dólares, que al tipo de cambio podrían ser unos 410 millones de pesos.
En 1985, ese narco fue relacionado insistentemente con el exgobernador de Puebla, Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación con Miguel de la Madrid Hurtado cuando ambos militaban en el Partido Revolucionario Institucional.
El gobierno norteamericano expresó enojo por la sospechosa liberación de quien se le atribuyó siempre la captura, tortura y ejecución de Enrique “Kiki” Camarena, un agente estadounidense que se infiltró como agricultor en el Cártel de Guadalajara, que lideraba Caro Quintero.
La serie Narcos México, que se encuentra en el servicio de streaming Netflix, ofrece detalles de la manera en que el agente de la DEA es torturado, casi al borde de la muerte, y revivido por un médico sin escrúpulos para luego volver a ser martirizado hasta su muerte.
Ese podría ser el escándalo más grande que envolvió al exmandatario de Puebla, pues tres años después, en 1988, se le acusó de haber maniobrado la caída del sistema desde Gobernación, para hacer ganar la Presidencia de México a Carlos Salinas de Gortari y, en consecuencia, de la pérdida del candidato de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
Bartlett Díaz fue señalado por un sicario de Caro Quintero que enfrentó un proceso en una Corte Federal en Estados Unidos, además del secretario de la Defensa de la época, Juan Arévalo Gardoqui, y al exgobernador de Jalisco, Enrique Álvarez del Castillo.
La pelea jurídica que ha comenzado el líder del Cártel de Guadalajara para evitar ser extraditado a Estados Unidos se puede entender como el delincuente que sabe que todas las tendrá perdidas en una cárcel en tierra ajena.
Pero también debe leerse como la enorme posibilidad que allá confiese lo que aquí pudo haberse reservado, como la veracidad del soplón aquél que señaló a los tres altos funcionarios de la mitad de la década de los ‘80, de los que el único cuadro en activo es Bartlett Díaz.
No sólo se trata del icónico personaje que se hizo en el viejo sistema político mexicano, sino uno de los más cercanos y confiables hombres del presidente.
Ese escenario debió haber sido ya prefigurado en la Presidencia de la República.
Coloca en un ángulo de riesgo a un personaje que supo transitar de un modelo presidencialista obsoleto al lado de la izquierda de la geopolítica nacional.
En el mandato presidencial del panista Vicente Fox Quesada, desde su oficina en la torre del Caballito, como senador, Bartlett Díaz compartió con al autor de la columna sus argumentos para oponerse al proceso privatizador de la industria energética.
Peleó en los tribunales y frenó la intención panista privatizadora que luego hizo suya un ala poderosa y pragmática en su entonces partido, el PRI.
Ese arrojo le valió simpatías en los grupos dominantes de la izquierda. Por eso es toda una incógnita la suerte que podría correr si el narco detenido el 15 de julio es enviado a los Estados Unidos, como lo demanda la administración de Joe Biden.
@FerMaldonadoMX