El próximo lunes 1 de agosto se cumplen tres años de que Miguel Barbosa pronunció su primer discurso como gobernador constitucional de Puebla en un episodio que nadie habría imaginado jamás, lleno de simobolismos y metáforas.

De la filosofía a la política; de la ética pública a la ideología; y de la praxis al azoro, el destino reservó para quien quiso verlo, el viraje más trepidante en la historia que obligó al reacomodo de fuerzas políticas en el país, y a plantear un panorama inédito, difícil de desentrañar hasta para el mas avezado en ciencia política.

Fue en la tribuna de la Cámara de Diputados, que testimonió la ministra en retiro y Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, en representación del presidente Andrés Manuel López Obrador, en donde quedó trazado el camino andado, con el estilo personal de un gobernador empeñado con cumplir con la encomienda que el voto popular le concedió.

Ese 1 de agosto de ese 2019 se había ubicado en una línea de tiempo especial. Un antes, en el que los principales protagonistas habían sido familias, amigos y cómplices de un Rafael Moreno Valle muerto junto con su esposa, Martha Erika Alonso, la panista de la que aún algunos cercanos aseguran, se había resistido a formar parte del proyecto político del marido… y un después.

Nadie tenía noticia de la pandemia de la era moderna en México y el mundo que terminaría por exhibir la miseria humana en todo el orbe. La otra pandemia había ido más social que sanitaria: ambición desmedida por la acumulación de riqueza y bienes, derivado de acuerdos entre políticos y negociantes, mercaderes de bienes y favores.

A ellos se refirió Barbosa en la sesión solemne en el Legislativo. Advirtió de la aplicación de la ley. “Nunca más una infamia desde el poder público”, dijo quien se definió como un “enemigo de la colusión entre políticos y privados”.

Erróneamente, el aserto del ese gobernador fue entendido como parte de los clichés del momento y la obligación cubrir el expediente de lo políticamente correcto para la cosecha del aplauso fácil, hasta que comenzaron a caer en la cuenta de que no habían sido palabras huecas.

Ediles, ex servidores públicos, suyos y de otros grupos y sexenios han sido testigos vivos de que la era de la complicidad y el desfiguro debían haber quedado en el pasado por la tozudez de un gobernante a quien no le ha temblado la mano ni frente a los hombres del presidente.

En esa lista están Mario Delgado, el líder de Morena, obsequioso en extremo con los adversarios del mandatario poblano; el grandilocuente director de Profeco, Ricardo Sheffiel, ausente en el peor momento de la crisis de salud; el secretario de Salud, Jorge Alcocer, por la falta de cumplimiento en la entrega de vacunas para inmunizar a los poblanos frente al Coronavirus.

Hacer del poder público un ejercicio virtuoso, dijo Barbosa hace tres años; despojarlo de frivolidades, fatuidad y fantochería, anticipó el servidor público que se permite jocosidades aún en medio de los escenarios más difíciles, en sus mañaneras, que se cuentan por miles.

Una de ellas ocurrió esta semana cuando conminó a un periodista que preguntaba sobre un “guiño” al secretario de Salud, José Antonio Martínez para que se autoproclamara también aspirante a la candidatura al gobierno en 2024.

En 2019 dijo en tribuna que no habría halcones ni palomas mensajeras para torcer voluntades. Recientemente dijo que el Gobernador no hace guiños. Como el segundo mandamiento lo dicta: no nombrarás mi nombre en vano. Quien lo ha hecho, ha caído de la gracia, y de ello abundan casos.

De los discursos en diversas tomas de protesta de gobernadores y presidentes, el de ese 1 de agosto de hace tres años, ha sido de los más significativos por su clara tendencia política: “por el bien de todos, primero los pobres”. Ahí radicó la fuerza de la pieza oratoria de un hombre de izquierda sin dobles, aún y cuando existen incrédulos que regatean el valor de quien dijo haría lo que ha hecho.

 

@FerMaldonadoMX