En México, quienes han sido objeto de un delito no solo sufren las consecuencias de la total ausencia del estado para otorgarles seguridad, del inaccesible calvario para acceder a la justicia o del horror de las secuelas físico-psicológicas que deja un hecho de este tipo, sufren también de un castigo más allá del dolor o la muerte.

En los últimos años, hemos recibido cada vez respuestas más inverosímiles a los hechos inauditos de violencia que existen en el país.

La Fiscalía General de Nuevo León nos dijo que Debanhi Escobar se tropezó y se cayó en una cisterna.

La Fiscalía General de Chihuahua nos dijo que Yolanda Martínez compró veneno y sin ningún antecedente fue y se suicidó en un terreno baldío.

La Fiscalía General de Jalisco nos dijo que Luz Raquel Padilla se auto amenazó, compró alcohol y un encendedor y luego se auto inmoló.

La Fiscalía de Quintana Roo asegura que fueron los colectivos de mujeres feministas quienes golpearon con gran fuerza los toletes y las macanas en aquella manifestación de noviembre de 2019.

La Fiscalía de Puebla, en tiempos de Víctor Carrancá, nos decía que porqué llevaban a los niños a las manifestaciones si las balas de goma y las bombas de gas lacrimógeno sólo eran para adultos.

La Fiscalía General de Veracruz, en los tiempos de Javier Duarte y Arturo Bermúdez, nos decía que los jóvenes desaparecidos andaban en malos pasos y exhibían sus fotos en el antro, como muestra.

Ni qué decir de las autoridades del Estado de México, que han dicho hasta el cansancio que las mujeres protestantes de Atenco fueron quienes buscaron que policías las golpearan, las desnudaran y arrojaran a camiones semidesnudas, las torturaran sexualmente, las violaran y que incluso mataran a dos.

Al día siguiente cuando la culpa los agobiaba a las autoridades ministeriales de todo el país, salen con sus frases bien articuladas y dictadas en un teleprompter para lavarse las manos y decirnos que somos nosotros quienes estamos mal.

“No queremos revictimizar ni culpabilizar a nadie, pero…”, o “no queremos decir que fue una autoagresión, pero… eso parece”.

Lo cierto es que para las autoridades, tanto las mujeres, como los niños y casi cualquier víctima, han sido culpables de su propia circunstancia, de sus ideas de ir a buscarse la muerte en todo momento.

Para las autoridades, en lenguaje traducido, es así de plano: no existen los responsables. Prácticamente, que no existen las víctimas.

 

@Olmosarcos_