Alberto cruzaba la calle de prisa junto a su madre; el pequeño apenas y podía entender por qué había que correr, tirarse al piso, por qué le tapaban los oídos, por qué su madre se abalanzó encima de él y de otro pequeño que alcanzaron a correr del fuego. Se escuchaba un tronido de metal que se ahogaba entre los coches, poco a poco la escena fue quedando en silencio hasta que todo se puso color blanco.

Este no es un relato de la noche del martes en los Estados de Jalisco y Guanajuato, es un hecho contado en primera persona a quien esto escribe por un infante de no más de 10 años en medio del vértigo que dominaba en el Veracruz de Javier Duarte.

El pequeño Alberto había sido parte de esa generación que ya no jugó en las calles por temor a la inseguridad, aunque su mamá le decía (también con justa razón) que no lo dejaba salir porque los coches siempre iban muy rápido. La generación de Beto ya no se va por el mandado sin dejar con miedo a sus padres de que jamás regrese; los que fueron niños entre 2008 y 2018 forman parte de toda una generación que vivió el horror.

Ahora imagínense lo que alcanzaron a ver en las zonas menos beneficiadas de la periferia del gigantesco Puerto de Veracruz, donde la infancia se ahogó entre el azote de la delincuencia o de la rampante desigualdad.

Volviendo al relato, aquella tarde se conjugaba el horror, no eran sólo un grupito de maleantes que llegaban a atacar la tienda de la esquina y que con una o dos pistolas jugaban a dominarlo todo, había llegado un grupo bien organizado, que con armas largas busca generar terror y habían elegido justo ese punto para lanzar un mensaje a la autoridad, confrontarlos y mostrarles que no tenían miedo.

Desde el púlpito del poder, quienes dominaban en aquellos tiempos, habían hecho oídos sordos a la situación de inseguridad, también en los medios locales había un cerco informativo contra quienes denunciaban casos violentos y el crimen castigaba la publicidad con muerte.

Indolentemente, Alberto, su madre y el otro pequeño que habían quedado en el pavimento aterrorizados por las balas, fueron señalados como parte de la operación delictuosa.

A la mujer se la llevaron en medio de un fuerte dispositivo de seguridad varios días después, a los pequeños los interrogaron, acusándolos de halconeo en favor de un jefe de plaza, en pleno estaba tanto la construcción de casos y la elaboración de sentencias injustas.

A los pocos años, el fotógrafo que narró la historia volvió al sitio. La colonia lucía exactamente igual, cráteres de tierra encharcados medio pasados por tierra espesa y un lodo que tocaba a la puerta de las casas con techo de lámina. Preguntó por Alberto y los demás, nadie supo decir nada.

Quiso pensar que se los había tragado la tierra, pero una consecuente detención confirmó que el pequeñito debajo de la blusa rosada de su mamá se había vuelto uno con aquellos que antes lo aterrorizaron para pagarles con la misma moneda.

 

@Olmosarcos_