Desde la simpleza, hay quienes han visto en la convocatoria del presidente a marchar en la Ciudad de México este próximo domingo 27 de noviembre un “ardor” y una “revancha”, en respuesta a la convocatoria medianamente nutrida, pero insustancial, que encabezaron dirigentes políticos y a la que, sin duda, también se sumó un puñado de espontáneos genuinos, aunque desinformados.
Sobra decir que esa marcha en “defensa del INE” es irrelevante, porque buscó protestar, en principio, por algo que no está proponiéndose en la Reforma Electoral que Andrés Manuel López Obrador envió a la Cámara Baja.
Lo que se plantea es sacar del Instituto Nacional Electoral (INE) a una pandilla de instalados, desde hace más de dos décadas. No de desaparecerlo.
No tiene caso el debate, porque esos marchistas que lideraron la impresentable Elba Esther Gordillo Morales, el deplorable Alejandro Rafael Moreno Cárdenas y otros, no lo van a entender.
Pero ni el Presidente, ni los verdaderos militantes de izquierda, pueden pasar por alto que haya, ni siquiera por apreciación, un secuestro de las calles, que ha sido el método de protesta que, en toda Latinoamérica, ha podido derribar a los regímenes perversos. No se puede consentir.
Las calles han sido siempre de la izquierda, la verdadera izquierda. Porque también, hay que decirlo con toda claridad, en el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) hay muchos simuladores, advenedizos, paradelincuentes y literalmente gusanos, en la convivencia partidista con prohombres y promujeres, de la histórica izquierda. Esos quistes son inevitables, aunque también se han consentido mucho.
Las calles son el escenario natural de los humildes, de los desprotegidos y de los pisoteados. Desde las marchas callejeras en todas las ciudades de México se ganaron las tribunas que negaban los medios de comunicación.
Las proclamas y el ideario de izquierda se crearon y crecieron ahí, porque en los periódicos, en la televisión y en la radio no se podía.
Los movimientos estudiantiles más legítimos y nutridos tuvieron en las calles mucha vida, aunque como en la noche de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, también encontraron muerte.
Sí, seguramente habrá mucho malestar en Andrés Manuel tras la macha de la derecha, sobre todo por los protagonistas de ésta, dirigentes políticos que se han beneficiado de un estado podrido de cosas por décadas.
La convocatoria de Andrés Manuel vino después de que el gobernador de Puebla, Miguel Barbosa Huerta, convocó a la propia y llamó a tomar las calles en la capital poblana.
Porque salir a la marcha, en la Ciudad de México el 27 de noviembre y en Puebla el 4 de diciembre, es la reivindicación de la izquierda, a pesar de la Cuarta Transformación (4T) y por encima de ella, y a pesar y con repulsión incluso de las anomalías de Morena y sus aliados, que son los renglones torcidos de ese movimiento.
Nadie, desde esa realidad, podría haberse quedado impasible tras la marcha de la derecha y los dirigentes partidistas.
La izquierda históricamente en todo el mundo ha tenido tres métodos de cambiar las cosas: la primera, la lucha armada, que hoy está descartada, pero que en forma de guerrilla tomó el poder en muchos países.
La segunda, la exacerbación del ánimo social, que se expresa directamente en las marchas, que son tribuna y colectivo en el que se depositan los idearios y planes de acción. López Obrador ha marchado desde sus inicios, desde hace 40 años, y hoy es presidente. La eficacia de este método es innegable y hay otros ejemplos, como el de Lula en Brasil.
Y el más “europeo” y más comodino es instalarse en el sistema para que, en algún tiempo, se pueda cambiar desde dentro.
Hay que reivindicar las calles, a pesar de una parte de la 4T y de algunos de sus engendros.
@Alvaro_Rmz_V
Piso 17 escribe Álvaro Ramírez Velasco