/ @revistapurgante

La maternidad en la literatura. Que, nuevamente, no es parte de una moda ni apunta para el exceso, y tampoco hay nada que entender. Es algo que está sucediendo porque se han dado cuenta, desde lectoras hasta editoriales y, por supuesto, escritoras, que es un tema que había estado relegado, puesto en estantes altos, al alcance de unas pocas y unos pocos. Pero que era y es importante dilucidar, transitar, leer. Queda solo hacernos parte, comprender, divulgar. Y probablemente no serán todos los libros suficientes para enmendar que algo tan importante haya estado olvidado o puesto en otro saco por la cultura patriarcal, pero valdrá la pena estar, leyendo acerca de un tema que nos atraviesa a todos: la maternidad.

Sumado a ello, hay otra característica que, si no novedosa, sí hecha aquí a medida para complementar con bastante fortaleza las historias que se cuentan. Cierta falta que, pese a todo, forma parte de un crecimiento. No tener nada y, al mismo tiempo, tenerlo todo. Alude Larisa Cumin (Santa Fe, Argentina, 1989) a los piamonteses en la Argentina, a esa comunidad proveniente de territorio italiano, pero bien se observa desde muchas esferas cierta generalidad: pasa ahí, pasa en otras regiones de Argentina, pasa, probablemente, en toda Latinoamérica. Una falta que se compensa con una vida que se vivió hasta donde fue posible, que se gozo a través de las modificaciones que fue haciendo el paso del tiempo. Y que la también poeta conoce a través de la oralidad de su madre, a quien en su novela narra lo que antes ella le narró con el paso de los años. Y así hablar con tal fervor del pasado como deseo tácito de volver.

Hablar, también, del origen propio, de esa procedencia que nos fue heredada y dada mediante historias antes vivencias, y que probablemente ahora suenen más lejanas porque ya no existen más en esos territorios, ya no hay más esas voces en esos lugares. El hogar ya no es más el hogar. De aquel pueblo sólo memorias, esas historias. Y con lo que queda, también vienen los que se han ido, porque nunca se van por completo.

Así, aquí, escribir es lidiar con aquellos espectros de una vida que, a ratos, ya solamente existe en la memoria. Es sumergirse. Desplazarse a ciertos espacios de una vida propia que se quedó años atrás y que quizás de otra forma no serían recordadas. Escribir es traer de vuelta, contar de nuevo las historias que nos contaron nuestras madres.

Larisa Cumin (d)escribe, en El magún (Rosa Iceberg), su primera novela, un encuentro fragmentado de memorias familiares que crecen, parece ser, con el mismo trabajo del recuerdo. Para contar estas historias solo tenemos lo que nos han contado antes y lo que pudimos ver siendo tan pequeños. Siempre a través de los ojos de alguien más. Espectro circular. Un cúmulo de sensaciones y contrastes. Porque también eso es la familia: un dechado de la realidad con todo lo que ello implica.

Para entender, entendernos. Saber que no ha sido ni fue sencillo comprender, haber vivido, quizás. Echando mano, claro, de la ficción, porque escribir, como apuntaba antes, permite reconstruir como se venga en gana para soltar, dejar ir(se), recomponer los trozos. Porque la memoria también miente, recuerda a conveniencia, pero también es sin más porque es un mundo inmenso dentro de cada uno y es imposible escaparse.

Por tanto, este debut en el sendero de la novela de Larisa Cumin podría estar en el estante de obras literarias de los últimos años junto a títulos como Panza de burro (Editorial Barrett), Chapeo (Elefanta) y Caballo fantasma (Almadía), debido a su oralidad y ese lenguaje que se desprende del centro y adopta su margen geográfico para dotar de todo poder a lo escrito por les autores.

Así como también una estructura singular en algunos casos, no para distanciarse de las convenciones como símbolo de resistencia (aunque podría y muy seguramente es), sino para permitir que la lectura y los temas que desbordan puedan ser bebidos de una manera, digamos, única y propositiva, luminosa, y no solamente funcional. Y qué importa si hay que hacer conjeturas, atravesar espacios, imaginar, hundirse en nuevos cosmos. También es parte de esa experiencia de lectura y similitudes. Sí.

Es así con lo que se lleva adentro, aunque nos exceda: nos pertenece, somos eso. Con lo que no se elige una hace lo que puede. Es así con lo que toca: los padres, el deseo, ese pueblo…

Por Demian García / @demixngarcia