Los comensales del establecimiento de barbacoa, en la avenida Zavaleta, se quedaron sorprendidos ese fin de semana ante el inédito escenario que se les presentaba ante sus ojos.

Tres elementos visuales los dejó con la exclamación, silenciosa por inusitada, y porque la conservación a veces se mueve en función del olfato o el instinto.

El panorama de esa mañana estaba integrado por camionetas de alta gama, inaccesibles para el bolsillo del mexicano promedio; mujeres de belleza inquietante y gente armada. Tres de los signos del poder que emana de actividades ilícitas y de poder.

Eran al menos cinco camionetas nuevas, marca Land Rover, cuyo costo promedio en el mercado alcanza, cada una, hasta cinco millones 400 mil de pesos.

Un grupo de al menos 15 personas -unas ocho eran mujeres ataviadas con ropa de marca- ingresó al local, se instaló en una extensa mesa, degustaron durante unas dos horas de la especialidad de casa.

De entre el conjunto de ese grupo sobresalió uno de discreto comportamiento, no obstante la ostentación del parque vehicular y los escoltas fuertemente armados que permanecieron atentos, fuera y dentro del inmueble.

Se trataba, según testigos que hace unos seis meses coincidieron en el lugar, de El Mencho, el líder del Cártel de Jalisco Nueva Generación. Al final, dejaron una cuantiosa propina junto con la cuenta y siguieron su camino.

Los testimonios compartidos al columnista no dejan de sorprender, pues Nemesio Oseguera Cervantes, el líder del cártel con mayor presencia en el país y con la más afinada logística criminal, tiene orden de localización en México y otros países, además de que por información que conduzca a su captura, hay una recompensa de 10 millones de dólares en Estados Unidos.

La sospecha de la presencia de un personaje ubicado entre los primeros diez objetivos de la Agencia para el Control de Drogas (DEA) en el vecino país del norte sustancia el llamado del gobernador de Puebla, Sergio Salomón Céspedes Peregrina, por blindar al estado ante la presencia de grupos criminales de notable presencia en el país.

La captura de Ovidio Guzmán López, el desafiante líder del cártel al cual se le conoce como Los Chapitos, en alusión al padre, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, y las secuelas que podrían traer no se deben tomar a la ligera.

Es cierto que la aprehensión del criminal en Culiacán alimentó a un sector de la oposición a la Cuarta Transformación, y que sucedió a miles de kilómetros del escenario poblano.

Pero tampoco se puede olvidar que algunos de los dirigentes del hampa han sido ubicados y capturados en la capital y la zona metropolitana de Puebla.

Quizá el de mayor rango fue el caso de Benjamín Arellano Félix. En un operativo realizado por la Secretaría de la Defensa Nacional en marzo de 2002, fue ubicado y detenido el capo en una residencia en la zona limítrofe entre la capital y San Andrés Cholula.

Una década después sería condenado a purgar 25 años de prisión en México, y otra condena similar en Estados Unidos.  Al momento de la aprehensión era el líder del Cártel de Tijuana, pero vivía en Puebla.

La sospecha es simple, pues durante años se ha dicho que la zona metropolitana es un lugar propicio para habitar junto con las familias de los capos y que se trata de un terreno neutral, ajeno a la disputa por las rutas y el trasiego de droga.

La narrativa impuesta por la lucha contra los cárteles en México está muy lejos de haber terminado, y los reacomodos, según estudiosos del fenómeno delincuencial, están por ofrecer nuevos episodios. Resulta ingenuo que Puebla es ajena a ese panorama en el país.

 

@FerMaldonadoMX