Los Pérez solicitaron una beca por medio de una carta que entregaron un lunes después del acto a la Bandera a la esposa del entonces gobernador de aquella entidad del sureste mexicano.

Federico, el más pequeño de aquella familia, tenía apenas 9 años y un promedio de 10 absoluto; de hecho, no tuvo un solo 9 hasta quinto de primaria y fue el único que se llevó a la secundaria.

Entonces parecía algo obvio, debía ser un niño becado, pero no, su familia tuvo que mover cielo, mar y tierra, hasta llegar al escritorio de la mera mera del DIF.

Daban 260 pesos en aquella época donde los cochecitos de juguete costaban 5 pesos, la papitas de bolsa costaban 3 pesos y los dulces se vendían en centavos.

Para inscribirse en el programa había que irse a formar largas horas a la avenida Benito Juárez y así aspirar a que le dieran esa lanita.

Al pequeño le parecía una millonada recibir ese apoyo del Gobierno, aunque fuera cada seis meses, era un lujo. No dejaba de pensar en ello, de hablar de ello y ser aceptado. Finalmente, una tarde después del fútbol recibió aquella carta en la que le daban el sí.

Llegado el día, el pequeño y su mamá se pusieron bien galanes y tomaron el camión rumbo a la oficina de la Secretaría de Educación para recibir el cheque.

“Lico”, como le decían sus primos, no tenía idea de que era eso del cheque, pero parecía que era dinero en un papel que sólo hacían válido en el banco o en el supermercado.

Tenía que firmar atras del documento con su nombre para que una cajera cobrara todo lo que quisiera llevar de la tienda.

Justo cuando salieron de la cobradera, su mamá le dijo que dónde prefería cambiarlo, y sin dudarlo le dijo que en el supermercado.

A los 9 años, no sé para qué habría pensado aquella mujer que su hijo ocuparía el dinero, seguro imaginó que para comprarse cada uno de los juguetes de moda, algunos muñecos o algún juego de mesa.

No imagino la cara que debe haber puesto la mujer cuando su hijo le dijo que lo único que quería era una caja gigante de cereal, y que lo demás lo aportaba para la despensa de la casa porque sabía que ella pensaba mucho en eso.

Desde aquella época, cada vez que cobraron, el pequeño sólo quiso la gigantesca caja de cereal, algún juguete pequeño y lo demás lo siguió aportando para el hogar.

Imagínense que hay un pequeño así en cada ciudad, en cada rincón de este país, uno en cada escuela donde llegan las nuevas becas que no se rigen por algún distingo de edad o calificación.

Pienso en que ese dinero antes se lo daban a grupos que medran con la pobreza, como Antorcha Campesina, o a funcionarios que cargaban sus lujos al erario, y que ahora las becas son, por mucho, una mejor inversión.

 

@Olmosarcos_