Un lunes,un columnista escribe que Ignacio Mier es el favorito porque la cargada está de su lado.
El martes cambia de parecer y opina que Julio Huerta tiene todas las posibilidades: “no hay que dejarlo fuera, porque tiene toda la estructura política a su favor y es quien tiene todas las posibilidades de ser el elegido, ¿eh?”.
El tercer día(ombliguito de semana) opina que “el gran elector dirá que es Olivia Salomón. Ella ha trabajado mano a mano con Sheinbaum. No se equivoquen”.
El jueves reconoce que Alejandro Armenta es quien encabeza las encuestas, y ya para el viernes es María Luisa Albores: “ella tiene el apoyo del presidente. Será una mujer y será una sorpresa”.
Y así escribe de lunes a viernes.
Todas las semanas.
Una mañana, el columnista se levanta de su cama, se estira. Aún con lagañas en los ojos va al baño.Se ve al espejo y le dice a su reflejo: “yo seré el nuevo periodista del poder. A mí me buscarán para que lleve la agenda política del estado”.
Después del primer café, le escribe un WhatsApp al celular personal del gobernador: “Amigo gobernador, ya sabes que estamos contigo. Lo que necesites. Ahí estamos”.
Espera que le conteste.
No le contesta.
Hace un entripado.
Sube a su coche y mientras maneja, ve a cada rato el smartphone en espera de un “saludos, señor columnista”. Mientras, mira y mira el celular, y tiene que enfrenar abruptamente porque ya es un alto y estuvo a punto de chocar con una señora que va en una mamavan.
Primero se pone pálido del susto, pero regresa a sus pensamientos porqueno le toman la llamada. Hasta ese día no ha cumplido su sueño dorado: “ser el mensajero del gobernador”.
Va a una comida en la que los oráculos del poder le opinan, le dicen cómo ven las cosas. Él, mientras toma un güisqui, dice “yo no creo que sea así”. Pone su cara de intelectual. Opina. Los demás invitados lo escuchan. Ríen. Él se levanta tambaleando y va al baño, mientras apunta para no ensuciarse recuerda que el gobernador sigue sin tomarle la llamada. Hay una gota traicionera que queda en su pantalón. Culmina la comida.
Decide hablar con una de sus amantes. Él se queja: “no me toman la llamada”.
La acompañante le acaricia el cabello. Lo besa. Lo consiente. Él le paga. Es jueves, “toca Alejandro Armenta…”, piensa. “No, hoy es el que quiere ser alcalde de Coyomeapan, ese sí me toma la llamada. Mejor escribo de él”.
El mensaje del gobernador no llega. Nervioso, abre Twitter y comienza a repartir sombrerazos. Se pone crítico.
“Estos hijos de la chingada, me van a conocer. Me voy por la libre”, dice en voz alta.
De pronto, un mensaje. Es el director de comunicación social: “Amigo, oye ahí te encargo esta encuesta que la comentes, ¿no?”.
¿Y el gobernador? No responde.
Llega a su casa, da de vueltas, dice tres improperios y cae directo a su cama. Su esposa le reclama que se acuesta vestido: “¡al menos, quítate los zapatos!”.
Ya es viernes por la mañana, ya se vio al espejo, ya se prometió ser el “periodista del poder”.
Hoy escribirá sobre María Luisa Albores.