24 Horas Puebla

Vaya, vaya, vaya, el licenciado Fojaco y el licenciado Popócatl ya se frotan las manos porque creen que una vez que llegue su candidato a la gubernatura ellos tendrán oficina propia, una secretaria a la que acosarán todo el tiempo y la presumirán con sus amigos como su amante (aunque no lo sea); y soñarán con los jueves y viernes que serán de grandes reuniones y francachelas.

En sus fantasías de opio, anhelan que les hablarán a sus cuates para meterlos de proveedores del área en la que trabajan.

Les pedirán 20% de vuelta y en efectivo:

—Y la comisión ¿de a cómo va a estar, licenciado?, eso del diezmo ya no aplica. Lo de hoy es al piso 20 —dirá Fojaco a su amigo el licenciado Menchaca mientras sonríe y le muestra sus dientes sucios llenos de una especie de natilla.

—Ni hablar Fojaco, hoy por ti y mañana por ti, —responderá Menchaca.

Fojaco invitará a comer algún columnista uno de esos días y para apantallarlo le hablará de historia y citará las mismas frases que siempre ha utilizado: “mi padre, que era un hombre muy serio, siempre decía: agua que no has de beber, jálale la cadena”. Por lo regular serán refranes y lugares comunes.

El licenciado Fojaco durante la comida citará (mal) algún libro y tratará de hablar en francés frente al periodista: “le tamalé son más sabrosé pero no de dulce sino cuando son jaroché”.

Por supuesto, su pronunciación del francés será pésima y el periodista, con tal de comer y beber gratis, reirá y pondrá su cara de asombro, como si en verdad creyera todo lo que dice Fojaco.

Muchas veces el periodista se extrañará de los datos históricos y literarios del anfitrión, pero preferirá decir salud porque él no pagará la cuenta:

—¡Ah qué licenciado, Fojaco!, ¿cómo sabe usted tanto de historia?, ¡se ve que lee mucho!”, dirá el periodista emocionado, mientras se come un mole de zancarrón.

—Mi padre, un hombre muy culto, me regaló toda la colección de Memines y de Lágrimas y risas, —responderá orgulloso.

Fojaco y Popócatl se ven en alguna dependencia para manejar el presupuesto, o ser diputados y que el gobernador les sonría, los llame, los consulte. Ellos le dirán por su nombre de pila, como si siempre fueran cercanos, amigos íntimos.

“Lo mejor es cuando venga la sucesión”, piensa Fojaco, “con mi comadre Rosita, iremos por unos camiones, unas combis y llenaremos de acarreados todos los actos que nos pida nuestro amigo, el ciudadano, el 01. Pintaremos todas las bardas de Puebla con el nombre del candidato, qué chingao”.

A Fojaco le encantan esos actos públicos a reventar donde todos se arremolinan en torno al candidato, aquellos que apesta a sudor. Le recuerda sus tiempos de burócrata y sindicalista.

También le fascina llevar gente a votar a las casillas, exigirles la selfie con el voto al candidato y presentar números a los cuartos de guerra del candidatazo.

Lo mejor de la historia es cuando manda a repartir dinero y en su teléfono intervenido se escucha:

—¿Ya repartiste las tortas (dinero)?

—Ya, jefe, pero me están pidiendo más.

—Mándalos a la chingada.

—Y yo ¿no voy a cobrar?

—Luego hablamos.

Colgará Fojaco en su tono de prepotencia porque él se quedará con todo el dinero que le dieron para repartir con los operadores.

Todo eso se jugarán los Fojaco, Popócatl, Menchaca, Malagón y el licenciado Manubrio en esta elección de 2024 por eso hay tanta la desesperación, porque quieren que los periodistas los admiren, que el gobernador los consulte y los quiera y puedan cobrar su 20% de comisión.

Porque para qué es el poder, sino es para poder.