Aldo Baez

Lo conocí cuando era joven, muy joven, no recuerdo si aún era presidente del otrora “partidazo” o no, llegó a un acto de campaña del distrito 37, en la ciudad de México; todos lo miraban con respeto y asombro, era Porfirio Muñoz Ledo, o Muñoz ledo, como lo llamaban.

Su visita resultó tan importante, que hasta en el periódico salió.

En una comida cercana a mi casa después del evento se fueron a agasajarlo y ahí fue que lo escuché, cuando le preguntaron que porqué el “partidazo” no formaba cuadros a lo que él respondió, “los comunistas lo hacen para nosotros”.

Todos celebraban todo lo que él dijera. Hasta llegue a pensar que la celebración era una forma de ignorancia natural.

Años después, en mis años universitarios, lo miré junto con C. Cárdenas e inició la ruptura del proceso histórico del país; y un par de años después en una conferencia sobre la democracia y poliarquía, en la FCPyS de la UNAM, recuerdo, fustigó de manera terrible, al entonces afamado teórico norteamericano Robert Dahl, sobre la ausencia de espíritu demócrata entre nuestros vecinos: estábamos cautivados; Porfirio era un hombre preparado y conocedor de la historia política Latinoamérica, además, de la mexicana. Cautivar lleva a consolidar o la caída estrepitosa del púlpito.

Volví e saber de él en una reunión cuando el ingeniero preparaba de nueva cuenta su campaña, que sería la última. Muñoz Ledo convocaba al voto útil, con el pretexto de sacar al partidazo de los Pinos, la traición y la vacuidad de sus argumentos de un acto que él llamaba demócrata, ahora celebraba con Fox. Mi desconfianza sobre del personaje era creciente. En alguna comida en Tlalpan, cuando llegó -descubrí- que era como el rey que iba desnudo. Su manto era el de la supuesta democracia, Morena estaba a la vista. Lo mirábamos con recelo casi conceptual. La política quedaba rezagada ante el orador.

Cuando legislador vino a Puebla, en una comida alguien le preguntó sobre algunos de sus asesores y la respuesta no se hizo esperar, sólo los usan los pendejos. La soberbia lo consumía.

No fue de hombre de claroscuros, fue un hombre que sabía demasiado, pero que más allá de sus puesto públicos o de elección, su obsesión y ambición por la presidencia, lo llevó a errar por la catacumbas del sistema político; orador con lógica de orador, y muy ágil de respuestas, amante del alcohol y natural acosador; Porfirio, -si revisan las reseñas de periodista sobre de él- le profesan “respeto” por su muerte-, le otorgan, sobre todo los políticos analfabetas, el reconocimiento y la adulación, sin embargo, no se ve a ninguno de sus amigos de camino, a lo largo de más de 60 años de actividad política, por la sencilla razón de que no los tiene, los fue perdiendo, olvidando, traicionando, y al final, los rencores pudieron más. Sin amistad, la política no tiene sustento.

El hombre que no le tenía miedo a la palabra “Izquierda”, el que no pudo ser Cosío Villegas, el que no pudo ser Reyes Heroles, ni Torres Bodet, después de noventa años, dijo adiós, y pienso que la inteligencia de Porfirio y su intelectualidad nunca estuvieron en duda. Se fue un hombre que se perdió ante su ausencia de sabiduría. Q.e.p.d.