Entre más pasa el tiempo para elegir al candidato por Morena a la gubernatura de Puebla habrá más guerra sucia, más divisiones, más angustia, más traiciones, más golpes bajos, más cuentas de bots y troles, más campañas negras en redes sociales (sicarios digitales) y más ataques contra periodistas.
En algo, todas las corcholatas —en su muy íntima intimidad—, coinciden: el presidente no ha nominado a nadie. Es la única certeza que tienen. No ha bajado la (muy) pinche señal, para ser más claros.
Al presidente López Obrador le importa un comino si se pelean entre los primos, si se arreglan, si salen del clóset o si liman sus asperezas. Tampoco le prendió una veladora a San Judas Tadeo para que surja un tercero en discordia y sea el abanderado por Puebla por si hay divisiones en Morena.
No se hinca en el altar y dice: “por favorcito, dame una indicación para saber quién elijo a Puebla por si hay un choque de trenes. No vaya a ganarnos ese Lalo Rivera, fuchi. Haz tu milagrito”. Esto es muy serio y no es un disparate.
Suponemos que a López Obrador lo primero que le interesa es nombrar a quien será su sucesor en Palacio Nacional; después sacar la encuesta para definir quién será el (la) candidato (a) a la Jefatura de Gobierno de la Cdmx.
De ahí, ahora sí su mirada estará puesta en la otras ocho entidades federativas, entre ellas, Puebla, la cual sí es importante y no la van a dejar perder. Pueden mandar mensajes en columnas nacionales, locales, poner una cinta amarilla en el Popocatépetl, desnudarse en la Avenida Reforma o frente al Ángel de la Independencia, pero eso al presidente no le quita el sueño.
Si impuso a la hija de Salgado Macedonio en Guerrero, pese a todas las críticas, si nombró al senador Guadiana aun su parecido con don Perpetuo del Rosal, si se emperró a que fuera Delfina Gómez la candidata del Estado de México, no será lo que decidan los aspirantes locales, ni los columnistas y mucho menos las cuentas de X (antes Twitter).
Eso también lo sabe el licenciado Fojaco y por eso no ha dormido.
Todos los días se toma una pastilla de 10 mg de un ansiolítico que le recomendó un médico de unas farmacias similares, pero es tan tacaño que las consigue en el mercado negro más baratas a diez pesos la cajita de 24 tabletitas.
Todo el tiempo anda ansioso, preocupado.
Su sonrisa es falsa, una mueca. Al inicio de este año todas las casas encuestadoras lo daban como el favorito, pero por más que lo intentó no lo han llamado en privado para comerse su tamalito de chipilín.
Pensó que, al contratar a las mejores encuestadoras del país, y publicarlas cada 15 días en las que aparece como el vencedor, mantendría su primer lugar y ese sería su chantaje, quiere jugar ahora a ser el Mejía Berdeja de Coahuila (el que conjugó el verbo “aberdejar: yo me aberdejo, tú te aberdejas) y ya dijo que si se sale de Morena perderán y ganará el del PAN.
Pero al menos las taparroscas con más posibilidades están igual que Fojaco.
Cualquier error podría ser catastrófico, como lo fue el del asesor con un Audi de 4.5 millones de pesos, como fue hacer campañas negras con la familia de los adversarios, como ha sido salirse de sus casillas.
El problema es de la incertidumbre es el tiempo y la agonía. Eso es lo que se vive ahora, es lo que no deja tranquilo a todos los Fojacos del mundo.