Antes de la pandemia, cuando todo era tangible, todos éramos licenciados.
Licenciado, por aquí, licenciado por allá.
A Mario Marín cuando iba de candidato a gobernador hasta le hicieron un corrido que llevaba un estribillo que decía: “el licenciado Marín”, quién sabe qué diablos decía la cancioncita esa (muy mala, por cierto) pero a cada rato repetían lo del licenciado.
—Licenciado, su tamal.
—Gracias, licenciado, ya se manchó de atole la corbata.
—Ah qué cosas, licenciado.
Empero, algo pasó, algo ocurrió, un salto cuántico nos llevó a otra realidad, las redacciones de los periódicos se llenaron de directores, desaparecieron los reporteros y todos se volvieron columnistas.
En la guerra ya no hay soldados todos son generales.
- Y usté joven, ¿a qué se dedica?
- Yo soy columnista de la Croqueta sin fronteras.
- Y usted, señorita, ¿estudia o trabaja?
- Escribo tuits y subo notas a Facebook. Hago tik toks. Tengo Only Fans y ahí me quito el soquete de los dedos de los pies, por si gusta, tres dólares por tres meses.
Es como si el espíritu del licenciado Fojaco se apoderara de los cuerpos de los que hoy se dicen periodistas y cada que escriben anuncian con bombo y platillo: “Gran trabajo del candidato Malagón al regalar piecitos de cempasúchil a las mamacitas poblanas”. Nunca falta tampoco el destape: “Que la licenciada Popócatl nos puede sorprender y ser la buena, ¿eh?”.
Pobre licenciada Popócatl, al otro día la cambian por algún Fojaco o un Chuza Sifuentes, cualquiera.
O no falta aquel que les pone el nombre completo a los políticos en el ánimo de ofenderlos o quién sabe qué idea traiga en la cabeza “Marcelo Luis Ebrard Casaubón”, “Moisés Ignacio Mier Velazco”. Si es sarcasmo, sólo ellos lo entienden. Hay que hacer la aclaración cuando Mario N. era gobernador de Puebla, algo que le ponía los pelos de punta era que le dijeran: Mario Plutarco Marín Torres. Ese, al menos, era un “acto de rebeldía” y recordarle que de niño una tía le llamaba “Taquito” de cariño le hacía dar coscorrones a la “prensa cabrona”.
Cada columna es un espacio para destapar a uno nuevo. Algo hay que reconocer, a alguien le tendrán que atinar. El punto es que el periodismo poblano se pervirtió. Se llenó de Fojacos, de Malagones, de Menchacas.
Antes cualquiera sería licenciado, ahora cualquiera es director, hasta el que esto escribe.
La columna era el premio al reportero que después de años, después de muchas lecturas, de hacer su trabajo con pasión obtenía el grado. Hoy eso ya se perdió. Todos escribimos exactamente de lo mismo. Todos hablamos de lo mismo.
Parecería que fue desde el poder que promovió eso, desde el marinismo, pasando por el morenovallismo pero se afinó en el barbosismo. Y es que al sistema le conviene que no se opine, que nadie disienta, que todo sea de color gris. Los jefes de prensa están más tranquilos y nadie se pone nervioso, los plomeros electorales hacen su chamba y todos contentos y felices. Sólo, eso sí, si alguien se sale del guion dictado, mandan a toda la caballada periodística a atacar al que no piense igual.
Y con guerra de adjetivos de por medio. “la impresentable… el corruptito… el ratero…”, uff y recontra uff.
No se apuren, el autor de esta columna también ha caído en esos excesos, sirve también de autocrítica aunque no de mea culpa, porque como bien dice el Himno Nacional, en vísperas del mes patrio, “Más si osare un extraño enemigo, profanar con su planta (columna) tu suelo/ piensa ¡oh patria querida! que el cielo, un Fojaco en cada hijo te dio”.