El reciente informe de Oxfam “Desigualdad S.A.”, publicado a principios de enero, pinta un retrato alarmante de la economía global: desde 2020, la riqueza de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado, mientras que la riqueza acumulada de unos 5000 millones de personas ha disminuido.

Esta escalofriante estadística es el punto de partida para explorar la creciente desigualdad a través de las lentes de Thomas Piketty, Joseph Stiglitz y Amartya Sen. Tres teóricos de la desigualdad que nos pueden brindar, desde las antípodas, varias luces al respecto.

Piketty, cuyo análisis se centra en la acumulación de capital, interpretaría el informe como una evidencia clara de su teoría: la riqueza tiende a concentrarse en la cúspide, dejando atrás a la mayoría. Este fenómeno no es solo un número en una página, sino una realidad que afecta las vidas de miles de millones.

Por su parte, Stiglitz, con su enfoque en la desigualdad y la globalización, se alarmaría por cómo las prácticas corporativas están exacerbando estas diferencias.

El informe resalta cómo la reducción de salarios, la evasión de impuestos y la privatización de servicios públicos contribuyen directamente a este problema. Estos actos no son solo decisiones empresariales, sino elecciones que tienen un impacto profundo en la estructura social y económica y que se hacen patentes en el mundo occidental, y se agravan aún más en democracias perezosas, o con debilidad institucional, como el caso mexicano.

Sen, conocido por su énfasis en las capacidades humanas, destacaría de dicho informe las desigualdades de género, raza y clase mencionadas. La explotación en las cadenas de suministro globales y las brechas de riqueza y de ingresos no son solo estadísticas, sino reflejo de oportunidades perdidas y derechos negados.

Frente a este escenario, el informe de Oxfam propone medidas concretas: regulación efectiva del poder corporativo, impuestos más altos para los ricos y promoción de modelos de negocio equitativos.

Estas recomendaciones resuenan con los llamados de Piketty y Stiglitz por políticas que redistribuyan la riqueza y limiten el poder empresarial. Sin embargo, no se trata solo de políticas económicas, sino de una reevaluación moral de nuestras prioridades como sociedad.

El papel de los gobiernos es crucial, pero no sería ingenuo pensar que los millonarios o grandes corporativos no hacen nada para frenar posibles regulaciones a su poderío económico.

Sen subrayaría de esta manera la importancia de revitalizar el Estado para garantizar servicios públicos que combatan la desigualdad y regulen el poder empresarial. La responsabilidad no recae únicamente en los políticos, es un llamado a la acción para todos.

En conclusión, “Desigualdad S.A.” no es solo un informe, es un espejo de nuestra sociedad actual y un llamado urgente a la reflexión y acción.

La desigualdad no es inevitable; es el resultado de decisiones humanas y también de grandes e importantes luchas políticas. A través de la sabiduría de Piketty, Stiglitz y Sen, vemos que hay caminos hacia un futuro más justo, pero que no se trata de un paseo de campo. Al contrario, es la historia de la desigualdad eterna del mundo.

Como lectores, no solo debemos quedarnos pensativos, sino motivados a actuar para cambiar la narrativa de la desigualdad y sus brutales efectos en todos los habitantes de esta casa, llamada tierra. Desde las antípodas nos abocaremos a la acción, una acción colectiva.

GJGJ

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