Programas de bienestar, actividades de integración, talleres de motivación, convivios donde la empresa pone los tacos y los refrescos; estos son los productos que se venden dentro de las organizaciones, en donde el godín promedio es el público objetivo, y la meta a corto plazo es que se sientan más integrados entre ellos, que pertenecen a la institución, que exista la percepción de que la empresa se preocupa por su bienestar.
La meta a largo plazo (ni tan largo) es que se pongan la camiseta, y así comenzar con las solicitudes en donde al godín no le queda mucho a dónde moverse: bomberazo el día viernes justo una hora antes de que diera el momento de poder ir al checador e irse felizmente a ver a la familia o a echarse unos tragos con los del escritorio de al lado.
Ni modo. Toca sacar la chamba y apoyar a la empresa, la semana pasada recursos humanos hasta trajo pastel para festejar a todos los que cumplen en julio. El pastel no alcanzó para todos. Eso sí, el enojo fue momentáneo y fugaz entre todos aquellos que conforman la oficina, porque el jefe trajo papas para no pasarla tan mal aún sabiendo que es viernes y todos ya han regalado dos horas de su tarde.
El enojo se transformó en una felicidad compartida, las papas alegraron la chamba que salió por alguien –normalmente quien dirige– que no supo planear, se transformó en felicidad no sólo por las papas, sino porque se recordó aquel pastel para festejar a todos los de julio, y también se recordó al coach que les dio un taller el verano pasado en donde todos pudieron hacer catarsis y así liberarse de la tensión laboral que se había ido acumulado –por sucesos como el de ese viernes– entre todos los colaboradores.
Por lo tanto, ¿qué es aquello que se vende en las organizaciones? ¿La felicidad corporativa?, ¿la psicología positiva?, ¿la promesa de la felicidad? Justamente ese es el título de uno de los libros de Sara Ahmed, teórica feminista y filósofa, que realiza una crítica al concepto de la felicidad, en donde cuestiona y deconstruye las ideas convencionales, tradicionalistas y normativas que tenemos sobre aquello que llamamos felicidad.
La promesa de la felicidad corporativa que funge como un constructo normativo que va a permitir el control y la regulación del comportamiento y las expectativas de los miembros que conforman una organización, o si lo sacamos del plano corporativo, de la sociedad. Es decir; de acuerdo con el planteamiento de Ahmed, las normas
culturales, o dicho en el plano corporativo, la cultura organizacional, que se va formando por las charlas, cursos, talleres, van a dictar lo que debería hacer feliz al godín promedio, y por lo tanto, se presiona para que todos vayan ajustándose a esos estándares.
Ahmed insta a desafiar esas nociones y constructos alrededor del concepto de felicidad y a cuestionar todo aquello que se da por sentado; dentro de las organizaciones: gracias a la cultura organizacional; todo aquello que se hace quién sabe porqué pero que en ningún lugar está escrito, eso sí, aguas con hacerlo distinto (la consecuencia nadie la sabe).
Por lo tanto, es necesario cuestionar lo que está estipulado, quizá solamente así pueda abrirse espacio para nuevas formas de pensar y de vivir, y quizá solamente así la inversión destinada a cursos, talleres y charlas motivacionales en las organizaciones pueda destinarse mejor a el aumento de salarios, por ejemplo.
Y sí, yo que ahora escribo sobre la comercialización de la felicidad en las organizaciones también he escrito sobre la importancia de la inteligencia emocional como estrategia organizacional, –si no me creen vayan a mi columna pasada– en donde apuesto por talleres, charlas, cursos, y esas estrategias psicológicas baratas que encantan y fascinan al godín promedio. Por lo tanto, la crítica va a aquello que es más fácil comercializar. Quizá por eso escribo sobre psicología y no sobre psicoanálisis.