Pocas veces se ha presentado un clima  tan  armónico en nuestro estado, para el cambio de gobierno estatal.

Los gobernantes saliente y entrante son del mismo partido. Morenista es también el presidente municipal de la capital.

El Congreso es predominante de idéntico sello e igualmente sucede con los diputados federales poblanos.

Aparte de la coincidencia partidaria de  los gobernadores -el electo y quien está en funciones-, ambos  mantienen una magnífica  relación de amistad.

Todo esto constituye un escenario altamente favorable para el senador Alejandro Armenta a la hora de asumir el poder.

Con la mesa puesta, en teoría tiene todos los elementos para ejercer un poder pleno. Digamos que goza de una autonomía excepcional para arrancar, empezando por la integración de su gabinete cocinando absolutamente solo.

Tendrá que sopesar las razones, sus razones, para designar a los titulares de todas las dependencias, sus compañeros de sexenio.

Ahí se pondrá en juego la primera calificación a la que será sometido. Si se parte de la aceptada afirmación de que el hombre es la suma de sus partes, el gabinete dirá mucho sobre quién es Armenta, qué pretende al integrar un equipo en su derredor, y hacia dónde se dirige.

De entrada le  reconocen al Senador una suma de  características para su ejercicio del poder como pocas veces se ha visto en el estado.

Es un  personaje de factura local ciento por ciento. Conoce perfectamente el estado, lo conocen a él, sabe con toda precisión cuáles son las necesidades y qué herramientas de todo tipo se requieren para afrontar el intrincado desafío.

Formado profesionalmente en Puebla, protagonista de responsabilidades en cargos públicos, actor político sumamente experimentado en gobiernos de su propia filia política y frontalmente adversos, nadie le puede dar lecciones.

Conoce trayectorias individuales, forma de operar de partidos y grupos de presión, aspiraciones de sectores, identifica a los dirigentes clave de todos los estamentos y mantiene con ellos una muy buena relación.

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