En este especie de interregno en el que la presidenta electa no asume el mando y el presidente en funciones no entrega, se da toda clase de discusiones en los medios. Las dos figuras relevantes en todo esto son Claudia Sheinbaum y López Obrador, como es natural.
Y en medio, comentaristas de los medios que zarandean a una y otro. Y abundan, como es costumbre, la basura y las boberías.
Un tema muy manoseado es la influencia que tiene, tendrá o no, el presidente sobre su sucesora. Unos demandan que Claudia pinte su raya y marque una separación tajante. Otros de plano afirman que quien manda es él, no ella.
El círculo de opinantes que asume tener bola de cristal, o poseer la verdad absoluta, o ser augures iluminados por la gracia divina no se andan con rodeos.
Decretan que el presidente mandará con un poder absoluto todo el sexenio que viene.
Otros más, con vara mágica, sillón de mando, trono celestial y gesto dictatorial, dan consejos a Claudia. Le marcan pautas, indican el camino, iluminan su sendero con consejas investidas de sabiduría infalible y apuntan los riesgos de no seguir sus directrices.
Vacían toneles de tinta y atiborran los micrófonos y pantallas con una verborrea que se retroalimenta entre ellos.
Este tipo de contenidos, auténticas discusiones bizantinas (esas boberías sin sentido ni razón en las que se enfrascaban eruditos para hablar de trivialidades durante meses y años, como por ejemplo definir el sexto de los ángeles) explican en buena medida la paupérrima influencia de los analistas mexicanos.
Ponen bajo lupa a Claudia y revisan hasta los rincones de cada decisión, gesto, saludo o presencia de la dama. Lo propio hacen con el presidente.
Y lo que dicen son vulgares especulaciones. Condenas y advertencias del infierno que espera a la presidenta en el caso de actuar o no de tal manera.
Un lector, televidente o radioescucha sensato, informado y prudente, no encuentra en estos contenidos sesgados, prejuiciados y falsamente doctos, juicios ponderados, análisis equilibrados o exámenes sensatos.
Lo común es medir con varas de ayer sucesos de hoy.
Sano sería, quizá, usar el referente histórico para cotejarlo con el presente. Pero ni así, porque vivimos tiempos y formas en muchos sentidos inéditos en el tiempo mexicano.
En este sexenio se han dado sacudimientos y rupturas que no tienen precedente en las formas, estilos, vicios y tradiciones de los últimos 40 años, por lo menos.
En todos estos contenidos que tiznan y tiñen de tonterías a la mayoría de los medios mexicanos, descalifican absolutamente a Sheinbaum, le hacen negros augurios, no le conceden un centímetro de inteligencia, prudencia o tacto, ni a ella ni a su equipo.
La mayoría igualmente, en torrente, dan por hecho que el presidente será un dictador como emperador romano desde la selva chiapaneca. Puros sueños de opio.
Si revisamos los medios o hacemos memoria, toda esta basura ha llenado espacios con juicios descalificadores, anatemas, condenas, pronósticos negros y juicios sumarios en cuanto problema ha afrontado el presidente en el sexenio que termina.
Y en el 90 por ciento se han equivocado rotundamente.
El mayor fracaso es el fallido pronóstico electoral de una severa derrota para Morena.
Cada asunto, difícil o espinoso que ha enfrentado el obradorismo, siempre estuvo precedido y envuelto en nubarrones infernales.
El abismo, el infierno, o definitivamente la esquela o acta de defunción, eran el destino o corolario de cada reto.
La contaminación comunicacional embadurnó el antes, durante y después de cada encrucijada.
Y sin embargo se mueve…..
Lo mejor sería tomar el camino de la prudencia. Escuchar más y predicar menos.
Por lo menos dejen que Claudia se siente…