“La voz de Virgilio, al inicio del último canto del Infierno, se escucha como un toque de trompeta que anuncia la entrada en la mansión de Dite. “El monarca del doloroso reino” está por mostrarse en su espantosa grandeza, ceñida de tinieblas, de hielo, de pavoroso silencio”.
Quiero pedirte, querido lector, que mientras lees éstas líneas, intentes en alas de la imaginación y de tu capacidad analógica, asemejar ésta descripción que hago de Lucifer y del Infierno, tomada de La Divina Comedia, a situaciones presentes en tu vida, en la política y en la sociedad.
Si algo me maravilla de la obra de Dante, es que es totalmente atemporal, sus palabras son vivas y resuenan con fuerza; incluso con más fuerza ante el umbral de las puertas del mismo infierno donde nos hemos puesto como sociedad al alejarnos del Dios-Sol, que representa esa maravillosa capacidad del “Sapiens” de razonar y conversar con sus próximos acerca de lo bello y lo hermoso; creando conceptos y realidades parecidas al paraíso y no al infierno de Dante.
Cuando Dante comienza éste peregrinaje por los nueve niveles del infierno, con Virgilio su guía, éste último le hace una advertencia: “Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías á la dolorida gente, que ha perdido el bien de la inteligencia”.
En el canto XXXIV Dante Allighieri acompañado de Virgilio llega al Lago Cocito.En la visión del Infierno dada por Dante en su Divina Comedia, Cocito es un inmenso lago congelado, situado en el noveno círculo del Infierno.
Aquí, según Dante, se castiga a los traidores, sepultados por el hielo y continuamente afectados por las frías ráfagas de viento producidas por las inmensas alas de Lucifer. Con una sencilla frase el autor nos describe el entorno: “Allí no era de día ni de noche”.
¿Te has imaginado ver a Lucifer cara a cara? Pues, no te lo imagines tanto, sólo prende las noticias y ve la monumental rabia; la soberbia, la depresión, la ira y la tristeza que como pandemia azotan a un mundo abandonado a las emociones más bajas de nuestra naturaleza humana. En el Infierno de Dante, Lucifer tiene tres caras y una sola cabeza a la que se unen por la testa.
Una cara es de color rojo carmesí, representando la ira, la soberbia y la muerte que conllevan. Hoy prendo las noticias y veo la guerra en Rusia y Ucrania; el genocidio en La Franja de Gaza; el terrorismo islámico y escucho a líderes y representantes políticos y populistas de izquierda o de derecha hablar, imaginándome sus expresiones con éste color rojo sangre que describe uno de los rostros del mismo Lucifer.
La otra cara es de color blanca y amarilla; éste color representa la envidia que llevó a Caín a matar a su propio hermano Abel; envidia que lleva a miles de familias a destruirse por temas económicos; envidia que lleva a personas meterse el pie en el trabajo y el deporte; envidia que lleva a jóvenes asesinar moral y psicológicamente a sus compañeros a través del bullying.
Tú puedes añadir otros males asociados al color de la envidia.La última cara es de color negro y representa el rostro de la ingratitud. Me he dado cuenta a lo largo de los años que el talento te abre las puertas pero la gratitud te las mantiene abiertas. Decía el Quijote en otro clásico: “Es de bien nacidos ser agradecidos”.
Quien no agradece no sabe reconocer que todo es dado, que todo es don, que todo es un regalo de Dios. Tristes almas las que no saben agradecer, las que no valoran la salud, la vida, la familia y que prefieren el oscuro rincón de sus pensamientos tristes y depresivos.
¡El rostro de Lucifer es también el rostro de la ingratitud!