Diego Cardoso
¿Será que el sistema educativo está alineado al político? ¿Será que un pueblo ignorante es fácil de manipular? Si cada generación en nuestro país la visualizáramos como un salón de clases con 100 lugares a lo largo del proceso esto es lo que ocurriría:
Para el primer día de primaria estarán presentes 98; hacía el último día de escolaridad obligatoria en tercero de secundaría de esa misma generación quedarán 62 adolescentes; apenas cruzando el verano, sólo 46 estarán efectivamente cursando el bachillerato o la educación profesional técnica y apenas 25 de ellos cerrarán el ciclo; por último, 13 concluirán la licenciatura en tiempo y forma, mientras que sólo 2 o 3 continuarán hacía un posgrado.
Los maestros son los agentes de este cambio en una democracia. En la educación existen variables como corrientes pedagógicas, instalaciones escolares, tecnología, libros de texto, el contexto socio-cultural, etc. Las dos constantes son los alumnos y los maestros.
Para que el alumno sea formado correctamente, la variable “sine quina non” debe ser el maestro. La educación pasa por el bienestar del maestro y su formación es indispensable para que cumpla su papel: formar ciudadanos de bien.
“El Maestro” desempeña su labor con responsabilidad, madurez y diligencia. Se mantiene permanentemente informado sobre los métodos pedagógicos más probados que permitan que los alumnos a su cargo maximicen sus talentos.
La meta de su labor educativa es la madurez humana y social que implican la formación recta de su conciencia, el amor a la verdad y la promoción de auténticos valores humanos.
“El Maestro” establece “una relación interpersonal”, y por medio de unos elementos personales, como la presentación de motivaciones dirigidas a su inteligencia, a su voluntad y a su libre albedrío, cambia el devenir de cada alumno, porque en ellos no ve matrículas, ve personas.
“El Maestro” no ve la educación como un camino de coacción y avasallamiento, sino de auto-convicción. Logra que sus alumnos descubran que han de abrazar una serie de valores y rechazar otros contravalores, no porque los impone, sino porque los descubre y los acepta como un bien para su persona.
“El Maestro” influye, enriquece, dirige y lleva a plenitud la personalidad de sus alumnos mediante la presentación concreta de contenidos abarcados en un plan de formación.
“El Maestro es coherente”. Los muchachos perciben la autenticidad de vida de sus maestros. Es decisivo “el influjo que deja, para bien o para mal, en el corazón de un niño. Sé es un buen maestro cuando se conquista el ascendiente moral.
“El Maestro” es bondadoso y exigente. Una de las tácticas pedagógicas del buen formador es suaviter in forma, fortiter in re , que significa duro en el fondo y suave en la forma, hasta lograr que vayan calando los principios y los buenos hábitos. Un buen formador entiende que debe guardar el equilibrio entre la intransigencia desmedida y la excesiva suavidad.
¡Resignifiquemos la tarea educativa! ¡Regresémosle al maestro su liderazgo, su identidad y a la educación el valor magisterial!