Fernanda Villadonga

Se busca evitar el error, disminuir su aparición, suprimir en caso de aparición, pasarlo de largo, torearlo para que afecte lo menos posible. Sin embargo, se está buscando eludir algo de lo vital, algo que nos constituye y que nos instruye, y que también nos lleva a abrir nuevas formas de pensar y de estar en el mundo, se está buscando eludir el error buscando el perfeccionismo, pero este último es mortificante y también inmovilizante. Cuántas veces uno no se mueve de lugar
–llámese una relación, un trabajo, el simple tedio de la vida– por la posibilidad de que salga mal, pero ¿qué si sale mal?, ¿qué si hay falla, si no funciona? ¿Qué si fue un error? Hay que conciliarse con lo que no hay, con lo que falta, dejar que haya tropiezo, para que así se pueda dar lugar al error, ya que si no aparece nada de eso, de eso llamado error, no aparece nada de lo humano. El error es libertad, es una forma de estar en el mundo, es más; usted, señor lector, puede ser error.
Por lo tanto, ¿por qué empeñarnos como sociedad en disminuir toda posibilidad de error?, ¿por qué buscar evitarlo a toda costa? Cuando reivindicamos el error podemos entender que tiene algo enigmático que nos invita a interpretar y a descifrar, está en nosotros en detenernos a hacerlo o no, a pesar de que el error se vuelve fundamental como forma de estar en este mundo. Pero para esto, es importante no considerarlo como la antesala del acierto, el error no es eso, no hay que
ponerlo en relación a la eficacia ni al éxito, ya que el error en sí mismo ya es acierto. Esto lo saben muy bien los psicoanalistas. Queremos una cosa y decimos otra, y a eso que le llamamos
“error” resulta ser aquello que se estaba deseando de forma inconsciente, por ende, de error no tiene nada. No entiendo cómo hay personas que siguen creyendo que somos dueños de lo que decimos y hacemos. El inconsciente, ese saber que no sabemos está latente, buscando el momento para aparecer, para manifestarse, y muchas de las veces, en forma de error. Es por eso que podemos decir que los lapsus y los actos fallidos son un deleite errorista, ya que nos llevan siempre a una revelación, a un pensamiento que se encontraba ahí subyacente, por lo tanto; ¿por qué desaparecer el error? Lo que se debería buscar es no abolirlo, sino dejarlo para poder
interpretarlo, considerarlo como parte de la condición humana, como algo fundamental. Señor lector, si resulta que ha perdido las llaves de su auto justo cuando estaba a punto de salir de casa para ir a ver a su madre, seguramente no es un error; si termina llamando por otro nombre a su pareja, si termina empleando una palabra cuando quería utilizar otra; si se termina pasando de largo, olvidando tomar la calle que lo llevaba a su trabajo; si termina llamándole “papá” a su jefe
o a su pareja; si olvida bajar a su hijo al arribar a su destino, no son errores. Señor lector, son aciertos, solamente hace falta que se detenga a interpretarlos y a descifrarlos, y para eso, puede llamar a su psicoanalista de confianza para comenzar a descubrir qué hay en todos esos actos que llama usted errores.
Fernanda Villadonga
Psicoanalista
mariafernanda1511@gmail.com
222 504 9352

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