La metáfora se cuenta sola pero hay que explicarla, sobre todo para los que todavía creen en un mesías.
Tomó 25 años de chavismo en el poder y 8 millones de venezolanos en el exilio, para que el pueblo de Venezuela se diera cuenta de su error histórico.
Todo comenzó con la elección de Hugo Chávez como presidente de Venezuela en 1999. Para convencer a los venezolanos utilizó recursos retóricos que otros líderes copiaron, entre ellos López Obrador.
Ese recurso retórico es el poder del relato bien contado. Un relato que estimula emociones como el resentimiento y el rencor, un relato que exhibe a un enemigo portador de todos los vicios, quien es culpable de todos los males del pueblo. Un relato que promete soluciones instantáneas. Soluciones que nunca se materializan.
Al principio de sus respectivos gobiernos, Chávez y López Obrador tuvieron la habilidad de hacer creer que la situación de sus países mejoraba. Claro, pudieron dar dinero a millones porque había excedentes en las finanzas públicas (herencia de sus antecesores), extorsionaron a los contribuyentes cautivos y pidieron mucho dinero prestado.
En ambos países ocurrieron situaciones externas que beneficiaron a sus economías. En el caso de Venezuela fueron años de elevados precios del petróleo. En el de México la etapa de post pandemia ocasionó inflación a nivel mundial lo que fortaleció al peso. También, el conflicto entre Estados Unidos y China tuvo como consecuencia que México creciera en importancia para la cadena de producción industrial norteamericana y llegaran nuevas inversiones.
Después de mucho sufrimiento y angustia el pueblo venezolano se manifestó el domingo pasado, reconoció su error y le dio una aplastante mayoría de votos a la oposición. Sin embargo, el conteo oficial dice que ganó el candidato del oficialismo.
Ante la inexistencia de mecanismos institucionales para que se respete la voluntad popular, Venezuela está en crisis. La situación la propició el mismo régimen chavista cuando cambió la Constitución, tomó el control de todos los poderes del Estado, particularmente del Poder Judicial. Dejó a los ciudadanos venezolanos en la orfandad, tienen derechos pero no la manera de hacerlos efectivos. Votan, pero sus votos no cuentan para elegir a sus gobernantes. Sin un órgano electoral imparcial y sin tribunales independientes ¿Qué le queda a ese pueblo? Sufrir más.
El futuro es gris. Si la presión internacional y las acciones de resistencia civil logran persuadir al régimen chavista a una dimisión negociada, entonces habrá nuevas elecciones organizadas por otras autoridades. Sinceramente no creo que Nicolás Maduro acepte su derrota, perdería capacidad de negociación para conseguir lo único que le interesa: impunidad.
Si el régimen se atrinchera a pesar de todo, el futuro será negro y quién pagará los costos serán los venezolanos; habrá más represión, aislamiento internacional (lo que equivale a precariedad económica) y sometimiento ante un gobierno autoritario.
Haría bien el pueblo de México y su clase política en ver reflejado su futuro en lo que hoy ocurre en Venezuela. Allá nadie la está pasando bien, ni siquiera los chavistas. Estas cosas pasan cuando el mandato popular se manipula para destruir a las instituciones democráticas en aras de conservar el poder.
Vidas paralelas entre Venezuela y México, pero aún estamos a tiempo de cambiar nuestro destino.