María Fernanda Ramírez Villadonga
Alentador saber que vamos a olvidar, aterrador saber que vamos a olvidar. Freud indica
que existe una amnesia infantil, es por ello que la mayoría de las personas no recuerdan sus
primeros años de vida; los olvidan. Esto nos ha llevado a que se establezcan teorías del
desarrollo bajo concepciones en donde pareciera ser que los primeros años de vida se encuentran
carentes de deseos, siendo completamente erróneas, es el olvido lo que lleva a esas
postulaciones. Es decir, no es que haya una falta de deseo en la primera infancia, no es que esté
vedada la vida psíquica, es que hay un olvido de esos primeros años. Por lo que, se vuelve
aterrador entender que el olvido tiene un lugar hasta en las teorías que supuestamente ayudan a
entender nuestro desarrollo. Si me remito a la teoría sexual de Freud, en donde justamente se
desarrolla el concepto de amnesia infantil, se puede decir que paradójicamente se vuelve también
alentador saber que vamos a olvidar, saber que existe esa amnesia infantil, ya que a modo de
represión olvidamos esos años mozos en donde subyace una actividad sexual infantil. Sí, hay
tantos deseos latentes que se vuelve mejor reprimirlos, que es mejor reprimirlos.
Pero todo esto, para plantear hasta dónde nos puede llevar el olvido, el lugar que toma en
nuestras vidas, cómo es que hay momentos que deseamos olvidarlos y cómo es que a pesar de
que no se desee que llegue ese olvido, es cuando más llega. Como si también nosotros fuéramos
ya un olvido, ser un olvido por el simple hecho de ser, de estar. Incluso Borges lo decía, “Ya
somos el olvido que seremos”. Por lo que, si el olvido irrumpe, podemos decir que es autoritario,
es impertinente, voluntarioso y un tanto cruel. Pero también es efímero, momentáneo y sobre
todo, caprichoso. Llega cuando quiere y sin que quieras. Llega con lo que más querías y con
quien no querías, llega para olvidar amores fugaces pero también no tan fugaces.
La paradoja del olvido, es que este se vuelve a su vez la huella de lo que estuvo y de lo
que fue, el olvido se vuelve presencia, y en la medida en que sabemos que olvidamos
enfatizamos lo que estuvo. Siendo así que, debido al lugar que el olvido ocupa, al peso que tiene
y a cómo nos asalta aunque no lo busquemos y no queramos abrirle la puerta, buscamos sostenernos en elementos que nos hagan evitar el olvido. Por eso recurrir a fotografías, buscamos
dejar evidencia de todos los lugares que hemos pisado, de todas las personas a las que hemos
visto, deseamos no olvidar. Barthes lo señala bien; la fotografía como testimonio de que aquello
que veo ha sido, la fotografía como resurrección, como lo real en el pasado: lo pasado y lo real al
mismo tiempo. La fotografía dice lo que ha sido.
Alentador saber que vamos a olvidar aquel amor del que ya no deseamos hablar, pero
aterrador saber que vamos a olvidar aquel otro amor que nos crió y nos vio crecer. Olvido cruel y
caprichoso. Pero bendito olvido pasajero, porque cuando creemos algo olvidado, quiere decir que
el olvido se esfuma por un momento, se esfuma para después cumplir su promesa de regresar
nuevamente.
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