GERARDO GUTIÉRREZ

Este año, el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia, el Nobel de Economía, fue otorgado en reconocimiento a “estudios de cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad”. De referencia en el análisis de por qué unos países progresan rápidamente y otros fracasan o se rezagan, como México, que como en casi toda Latinoamérica, no logramos despegar de la promesa como “país del futuro”, con la recurrente experiencia de dar un paso adelante para luego retroceder uno, dos o tres. 

Como parece hoy ocurrirnos nuevamente, y de ahí la pertinencia de la reflexión a partir del trabajo de los profesores, del MIT y la Universidad de Chicago, Daron Acemoglu, Simón Johnson y James A. Robinson, este último, coautor, con Acemoglu, del bestseller “Por qué fracasan los países”, que expone al público en general sus hallazgos y teorías, a la luz de lo cual podemos entender una de las causas profundas –si no es que la mayor– de nuestro desarrollo insuficiente, lento, interrumpido una y otra vez, y en todo caso, sub óptimo.

La reflexión es tanto más relevante por el radical socavamiento institucional que hemos vivido en los últimos años, y que lamentablemente, prosigue, con más instituciones del Estado mexicano amenazadas, en seguimiento a la extinción o destrucción de tantas en el sexenio que acaba de terminar, ya sea por ley o de facto. Con el Poder Judicial ante un escenario de rápida desintegración y varios organismos constitucionalmente autónomos en riesgo de ser eliminados.

Con la misma división de poderes y, por tanto, la democracia, en disolución. Cuando, de acuerdo con el trabajo de estos economistas, se requiere no menos, sino más democracia para afrontar no sólo los problemas políticos que hoy aquejan a México y al mundo, sino también los económicos.

Por un lado, instituciones sociales orientadas al establecimiento de derechos y libertades fundamentales, con un Estado de derecho. Por otro, aquellas que son creadas o capturadas para extraer rentas y/o concentrar poderes, y tendientes a la arbitrariedad, sean de izquierda o de derecha. Difícil tener una economía moderna con instituciones premodernas. 

Peor aún, cuando no hay instituciones o se están desintegrando, lo que, por ausencia, puede derivar en lo que vemos en muchas zonas de México: en el mundo de los criminales, la ley y las instituciones son suplantadas por la corrupción y la violencia.

Como refiere un análisis de Citibanamex, a propósito del Nobel, hay indicadores de gobernanza, como los del Banco Mundial, que permiten evaluar la calidad de las instituciones en México y el mundo y sus efectos. Tienen que ver con el proceso para seleccionar gobiernos, supervisarlos y reemplazarlos; con participación ciudadana y estabilidad política; eficiencia gubernamental y calidad regulatoria; respeto de los ciudadanos y del Estado a las instituciones que rigen las interacciones económicas y sociales.

Claramente, no vamos por el camino correcto.

En el sexenio pasado se liquidaron muchas instituciones: Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, Consejo de Promoción Turística, ProMéxico, Seguro Popular que cambió al INSABI, que también se canceló. 

Por lo pronto, la pasada administración, que figura por el desmantelamiento de instituciones, tuvo el peor desempeño en crecimiento del PIB en seis sexenios, con el ingreso per cápita estancado.

Debemos tomar conciencia de ello, como nación.

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