El 7 de octubre de 2023 comenzó como un día ordinario en Israel, pero a las 6:30 de la mañana, combatientes de Hamás cruzaron la frontera y desataron el caos.

Atacaron a los asistentes de un festival en el desierto del Néguev y a residentes de comunidades cercanas, lo que dejó un saldo de mil 200 israelíes muertos, en el que se considera el atentado más letal en décadas.

La respuesta israelí fue inmediata y feroz: una serie de bombardeos sobre Gaza que, en un año, cobró la vida de más de 41 mil palestinos y llevó a la Franja a un estado de devastación total.

La situación en Gaza, ya de por sí crítica, se agravó dramáticamente, con millones de personas que enfrentan escasez de alimentos, agua y atención médica. Agustín Berea, analista y profesor de la Universidad Panamericana, resume la tragedia al asegurar que los objetivos de Israel de destruir a Hamás y rescatar a los rehenes “son inalcanzables”. “Por cada militante eliminado, surgen tres nuevos”, señaló, al tiempo que hizo énfasis en cómo la violencia sólo perpetúa el ciclo.

Un año después, las consecuencias del conflicto no sólo afectan a los territorios directamente involucrados. La violencia se extendió al Líbano, al involucrar a Hezbolá, lo que aumentó el riesgo de una guerra de mayores proporciones. Además, las críticas internacionales hacia Israel crecieron. Organizaciones y líderes exigen cuentas por posibles crímenes de guerra, aunque la comunidad internacional se mantiene dividida y la paz parece un objetivo lejano.

Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, está en el centro del escrutinio. Su manejo de la crisis fue duramente criticado, especialmente por la falta de avances en la liberación de los rehenes. Pese a las adversidades, Netanyahu logró reforzar su coalición al sumar a su rival Benny Gantz al gabinete de guerra, lo que consolida su poder. Sin embargo, las encuestas revelan que una mayoría de los israelíes apoyan su renuncia y desean una retirada de Gaza si los rehenes son liberados.

Para Berea, la doctrina israelí de atacar infraestructura civil y la utilización de armamento como el fósforo blanco fracasaron en desarmar a sus enemigos; más bien, han “fortalecido la militancia” y perpetuado la resistencia. Esto refleja lo que sucede con Hamás: “Se pueden eliminar a los militantes, pero no se puede extinguir la ideología”. En este contexto, la perspectiva de alcanzar una paz duradera es, en sus palabras, “prácticamente una quimera”.

El conflicto entre Israel y Hamás no muestra signos de resolución, y mientras más se intensifican las acciones bélicas, las posibilidades de una negociación disminuyen. La guerra, tal como apunta Berea, “no garantiza más seguridad para Israel; crea enemigos más motivados y mejor armados”.

Este primer aniversario del ataque de Hamás deja en evidencia no solo un año de dolor y pérdidas humanas, sino también la urgencia de buscar una solución duradera que rompa el ciclo de violencia y desconfianza.

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