La caída del régimen de Bashar al-Assad, tras cinco décadas en el poder, transformó el panorama político en Oriente Medio. Este hecho, marcado por conflictos internos, rivalidades regionales y tensiones globales, genera incertidumbre en Siria y la región.

Según Agustín Berea, investigador de la Universidad Panamericana, el colapso fue inevitable tras años de desgaste. Israel, Hamas y Hezbolá influyeron significativamente, tras meses de enfrentamientos.

El futuro de Siria es incierto y fragmentado. Los kurdos del norte podrían mantener autonomía, mientras las regiones alauitas buscarían respaldo ruso para conservar poder en el Mediterráneo. La base naval de Tartus es clave para Moscú.

Grupos rebeldes, apoyados por Estados Unidos y Turquía, avanzan en el norte, pero Damasco sigue bajo disputa. Aunque muchos celebran la posibilidad de reconstrucción, el peligro de grupos radicales persiste.

La historia sugiere que la caída de regímenes como este genera inestabilidad. El ejemplo de la Revolución Mexicana ilustra cómo años de caos pueden suceder al colapso político.

A nivel internacional, Rusia busca influencia, Irán enfrenta pérdidas y Turquía se consolida como actor clave. Occidente, por su parte, respalda a los kurdos para evitar gobiernos islamistas.

Europa suspende solicitudes de asilo sirias ante la crisis política. Países de la UE, junto a Noruega y Suiza, justifican esta medida por la imprevisibilidad en Siria.

Mientras tanto, la ONU advierte riesgos de repatriación. Nuevas denuncias de tortura en Siria subrayan la brutalidad del régimen. El futuro de Oriente Medio se mantiene en constante cambio.

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