José Zenteno

El discurso inaugural de Donald Trump como presidente del país más poderoso del mundo fue una nota, quizá un poco más alta, del mismo acorde populista que hemos escuchado en la última década.

Las diatribas en contra de los migrantes y de la clase política “tradicional”, los colocan en el imaginario como los enemigos del pueblo norteamericano en la nueva narrativa oficial. Las promesas que dibujan un horizonte fantástico hinchan los pulmones de un pueblo que como todos los demás es ignorante y, por lo tanto, manipulable. Un enemigo y un dibujo emotivo (e improbable) del futuro son protagonistas del cuento que el populista le cuenta a su pueblo.

Después de recitar su acostumbrada narrativa para no variarle al ritmo pendenciero que tanto gusta a su base electoral, Trump comenzó a firmar una pléyade de órdenes ejecutivas con las cuales piensa dar cumplimiento a lo que llama “el mandato del pueblo”.

No debe de pasar inadvertida la escala que hizo de camino a la toma de posesión, acompañado de su esposa, sus hijos y sus respectivas familias, a una ceremonia religiosa en la famosa Iglesia Episcopal de San Juan en el parque Lafayette de Washington D.C. Al igual que prácticamente todos los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump acudió a dicho templo a una ceremonia religiosa el día de su investidura. Lo importante en este caso es el gesto que embona con la agenda conservadora de su núcleo de apoyo más duro; personas de todas las religiones protestantes que ven en Trump al líder político que defenderá su ideal de sociedad frente a la “amenaza progresista” que ha transformado la moral americana.

Resulta paradójico que alguien como Donald Trump sea el líder de una fracción religiosa ultraconservadora. Solamente hay que revisar la conducta del personaje para advertir que dista mucho de ser un modelo de la moral cristiana. Sin embargo, sus simpatizantes lo defienden y no admiten que se les cuestione sobre los escándalos sexuales del hoy presidente.

En las primeras filas de invitados a la toma de posesión estaban los hombres más acaudalados de Estados Unidos y del mundo entero. Elon Musk, Mark Zunkenberg, Jeff Besos, entre muchos otros magnates que con su presencia convalidan y se someten al liderazgo del nuevo presidente. A diferencia de los demócratas, Donald Trump no teme presentarse como el presidente de los más ricos, otro signo distintivo del nuevo gobierno norteamericano.

Entre las órdenes ejecutivas que firmó hay para todos los intereses que están agrupados en sus bases electorales. Algunas que dan respuesta a la agenda antiinmigrantes como declarar emergencia nacional en la frontera sur. Otras a la agenda antiglobalización como salirse del Foro de Paris o de la Organización Mundial de Salud. Otras más a la agenda conservadora como el reconocimiento exclusivo de hombre y mujer como los géneros oficiales.

También dio inicio al proceso legal para declarar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas. La declaratoria incluye una serie de pasos en los que está involucrado el Congreso de los Estados Unidos, por lo que el proceso puede tomar algún tiempo y no necesariamente significa que se estará planificando una incursión militar en territorio mexicano. La declaratoria puede ser otro más de los actos simbólicos que suelen utilizar los populistas y que su efecto en la vida real, más allá de la retórica, es prácticamente nulo.

La dureza las medidas que tome Donald Trump en contra de México será consecuencia de la capacidad de negociación del gobierno mexicano. El paquete de aranceles que amenazó imponer a nuestras exportaciones ya se retrasó unos días. Ello quizá se deba a que su equipo de gobierno está analizando las consecuencias negativas que tendrán en la propia economía norteamericana o a que hay una negociación en curso. Ya lo veremos.

Como ocurre con este tipo de líderes que los últimos tiempos se han empoderado, hay mucho de teatral en su desempeño y muy poco de racional en sus decisiones. Son dignos representantes de una parte de la sociedad que vota por ellos; ignorantes, violentos, carentes de escrúpulos y con un lenguaje muy limitado. Los teóricos lo han llamado un “momento populista” que por lo visto va a perdurar por algunos años o quizá décadas.

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