En el marco del Día Mundial del Riñón, Sandra Rodríguez relata su experiencia como cuidadora de un paciente con enfermedad renal.
Para ella, la vida cambió cuando tuvo que aprender sobre enfermería y nefrología para las diálisis de su esposo, mientras que en casa tuvo que amoldar un espacio libre de suciedad, mientras realizaba tareas del hogar, a la par de sus labores docentes.
Durante siete años y medio, Sandra acompañó a su esposo Julio para sobrellevar su padecimiento crónico degenerativo, derivado de una diabetes que se complicó, al grado de necesitar una terapia sustitutiva para alargar su esperanza de vida.
“Primero empezamos con la hemodiálisis, estuvimos tres años yendo al hospital, tres veces a la semana para que él recibiera su tratamiento, pero fue muy agresivo para el corazón de mi esposo, por lo que tuvieron que ponerle un marcapasos”, relató.
En entrevista para 24 HORAS, afirmó que la hemodiálisis dejó de ser una opción para su marido, ya que el catéter presentó una infección, por lo que fue candidato a otra terapia sustitutiva: la diálisis peritoneal.
Sandra tuvo miedo, pues el tratamiento estaría a cargo de una persona de la familia, y no del personal médico. Con la finalidad de que sus hijas “no tuvieran que vivir nada de eso”, la cuidadora decidió aprender a filtrar la sangre de Julio.
“Tomé un curso, fue complicado porque nos decían que cualquier cosa que pasara era por responsabilidad del cuidador; el cuidador era quien tenía que estar al pendiente”, mencionó durante la conversación.
Después de una semana, consiguió la certificación, aunque debía refrendarla cada dos o tres meses, mientras atendía su actividad académica y las consultas con una nutrióloga o cuando su marido requería alguna revisión extra.
Para la cuidadora, el sistema de salud pública es “deficiente en muchos sentidos”, ya que algunos médicos no están capacitados para atender a tantos pacientes.
A su vez, Arantza, hija de Sandra y Julio, asumió un rol de cuidadora segunda, lo que le permitió descubrir que muchos especialistas ofrecen instrucciones desfavorables.
“Cuando comenzó mi papá con diálisis, nosotros desconocíamos y nos dejamos llevar por la información que nos daban, al inicio no nos dijeron que venían muchísimos cambios respecto a la dieta alimenticia (…) ya en la diálisis contamos con información más real y verdadera”, mencionó en entrevista.
Reafirmó la idea de su madre respecto al sistema de salud pública pues asegura que muchas veces tuvieron que sacar a su papá del hospital bajo una alta voluntaria, pues no les otorgaban los medicamentos adecuados.
“En cuanto a medicación y trato humano por parte del personal de salud, el servicio era muy deficiente. Yo a veces decía, ‘bueno, pues hay mucha gente’, pero a ellos se les olvida que están tratando con personas enfermas. Les hace falta calidad humana para pacientes y cuidadores”, recalcó.
Madre e hija coinciden en que las redes de apoyo, dentro y fuera del hospital, les daban fuerzas para continuar su labor. A pesar de ser un trabajo no remunerado e invisibilizado, ellas aseguran que volverían a hacerlo.
“Es un proceso difícil porque les dan límite de vida y el cuidador muchas veces está solo, enfrenta muchas cosas solo, económicas, de cuidado y emocionales, te descuidas tú por cuidar a tu paciente, pasas a un segundo término, pero con ayuda de Dios es posible”, mencionó Sandra.
En tanto, Arantza dijo que la sociedad debe ser “más empática” y consciente sobre la donación de órganos: “No deberían cerrarse, puede haber una persona que está en espera de un riñón o de cualquier otro órgano”, afirmó.