El implante cerebral de Neuralink en el paciente Noland Arbaugh presentó fallos funcionales al desprenderse el 85 % de los electrodos, resultado de una inesperada cicatrización en el tejido cerebral.
Arbaugh, primer voluntario humano del experimento de interfaz cerebro-computadora (BCI), pudo usar el dispositivo por más de 400 días antes del declive en su funcionalidad por razones biológicas no anticipadas.
La tecnología involucraba 64 cables y mil 024 electrodos implantados quirúrgicamente para traducir señales cerebrales en comandos computacionales. El avance fue histórico, pero los desafíos neurofisiológicos no tardaron en aparecer.
Aunque el fallo no fue electrónico, el movimiento de los hilos tras la lenta cicatrización impidió mantener la conexión neuronal. El software fue ajustado para restaurar parcialmente su funcionamiento.
Arbaugh, pese a las limitaciones, decidió seguir participando en el experimento que se extenderá por cinco o seis años. Su testimonio ha sido clave en la comunicación del avance.
Neuralink ha implementado ajustes operativos y realizó un segundo implante en otro paciente con mejores resultados, que ya controla videojuegos y software sin señales de retracción de cables.
Expertos resaltan que el reto principal no está en la tecnología sino en la respuesta biológica del cuerpo humano, especialmente al integrar materiales ajenos en áreas tan sensibles como el cerebro.
El caso reaviva el debate ético y técnico sobre la privacidad neural y el acceso potencial a pensamientos, emociones y funciones cerebrales, como alertó el neurocientífico británico Anil Seth.
El chip será retirado tras cinco años, periodo en el cual se evaluará el verdadero impacto de esta tecnología en la mejora de capacidades humanas mediante interfaces neuronales directas.
Este incidente no frena el avance de las BCI, pero sí subraya la necesidad de investigaciones interdisciplinarias que contemplen no solo software, sino las complejidades del cuerpo bioló