Hacerse un tatuaje no es sólo una decisión estética o simbólica. Implica, además, una responsabilidad médica: se trata de una herida abierta que requiere cuidados para evitar complicaciones.
Aunque su origen se remonta a miles de años, la manera en que se hacen y se entienden los tatuajes ha evolucionado. Hoy son una forma de expresión personal, más allá de su historia ritual.
Se han vuelto accesibles, y eso ha contribuido a su popularidad. No obstante, la facilidad para realizarlos no debe traducirse en descuidos. La piel necesita una recuperación cuidadosa y responsable.
Tras tatuar, se cubre la zona con una película plástica que debe permanecer entre dos y cuatro horas. Después, debe lavarse con agua tibia y jabón neutro, sin frotar.
Este proceso de higiene debe realizarse entre 14 y 20 días, dependiendo del tipo de piel y del ritmo natural de cicatrización del cuerpo. Es indispensable la hidratación.
Expertos como la Mayo Clinic recomiendan evitar nadar, exponer al sol el área o usar ropa ajustada. Además, no debe aplicarse presión ni productos con aromas artificiales.
Algunos mitos persisten: no es cierto que no se pueda donar sangre, ni que la tinta llegue al cerebro. Pero es verdad que no todos deben tatuarse sin antes consultar a un médico.
Hoy en día, también es posible borrar tatuajes. Aunque es caro y doloroso, la tecnología láser permite una eliminación progresiva, siempre supervisada por un especialista en dermatología.

