Gerardo, joven de Chimalhuacán, murió tras fumar un porro adulterado con fentanilo, potente opioide usado cada vez más en drogas comunes como mariguana, cocaína y metanfetaminas.

La última noche que acudió a un concierto local, recibió un cigarro como símbolo de reconciliación. Poco después, se sintió mal, con dificultad respiratoria y pérdida del conocimiento.

Fue ingresado a terapia intensiva y entubado. Los médicos señalaron síntomas de sobredosis por fentanilo, aunque en el acta se reportó un derrame cerebral como causa de muerte.

Desde 2023, el sistema de salud activó el código U9432 para registrar casos de intoxicación por fentanilo. Aun así, las cifras oficiales siguen siendo bajas, con escasos nueve casos registrados.

Un informe de la Conasama, actualizado a enero de 2024, indica que solo tres de esas atenciones resultaron en fallecimientos, lo que contrasta con la cantidad de decomisos realizados.

La FGR reportó que en seis meses incautó más de 4.7 millones de pastillas, además de cientos de kilogramos y litros en otras presentaciones del opioide sintético.

David Saucedo, experto en seguridad, afirma que los cárteles mezclan el fentanilo con otras drogas para reducir su letalidad y mantener su poder adictivo sin provocar muertes inmediatas.

Se trata de una estrategia del crimen organizado: crear consumidores dependientes sin alarmar con muertes masivas, lo que permitiría seguir generando ganancias sin atraer vigilancia intensa.

El caso de Gerardo revela una preocupante realidad: el fentanilo se infiltra en las calles disfrazado de otras drogas. La advertencia oficial: "te mata, lo ponen en otras drogas para engancharte".

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