Israel lanzó un bombardeo inédito contra la cúpula de Hamás en Doha, Catar, llamado “Cumbre de Fuego”, tras el ataque en Jerusalén que dejó seis israelíes muertos.
Entre las víctimas, se encuentra el hijo de Jalil al-Hayya, aunque el liderazgo de Hamás aseguró haber sobrevivido. Netanyahu justificó la operación como represalia directa.
El primer ministro catarí, Mohamed bin Abdulrahman al Thani, denunció una traición y advirtió que Catar se reserva el derecho a responder, pero seguirá como mediador junto a Egipto y Estados Unidos.
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Donald Trump lamentó el ataque y destacó que fue decisión exclusiva de Netanyahu. La Casa Blanca, la ONU y potencias regionales condenaron la ofensiva, calificándola de acto criminal.
El ejército israelí defendió la operación, asegurando que fue precisa, con munición de precisión y minimización de daños civiles, responsabilizándose de la acción de manera independiente.
El ataque afecta la mediación estadounidense, destinada a una tregua de 60 días con liberación escalonada de rehenes, mientras aún permanecen 47 cautivos en Gaza, según el Foro de Familias.
El internacionalista Agustín Berea señaló que Israel envía un mensaje de excepcionalismo, priorizando la fuerza militar sobre la negociación y podría erosionar los avances diplomáticos recientes.
El bombardeo en Catar marca un punto de inflexión: fractura la credibilidad de la mediación internacional, tensiona alianzas árabes y complica el futuro de los Acuerdos de Abraham.

