GERARDO GUTIÉRREZ
Como cada año, desde el oficialismo se está presentando al Paquete Económico 2026 con abundancia de autoelogios sobre las finanzas públicas y la economía, afirmaciones con fundamentos endebles –por decir lo menos– y eufemismos. Sin embargo, ahora las contradicciones entre la retórica y los números son especialmente difíciles de digerir, pues estos últimos reflejan con contundencia la descomposición de las cuentas fiscales y económicas que dejó el sexenio pasado como gravosa herencia.
El documento de la Secretaría de Hacienda, que es el “saque” de presupuesto de la administración pública federal para el siguiente ejercicio fiscal, es como un domo transparente sobre la irresponsable gestión fiscal del gobierno anterior.
En esta oportunidad me ocupo de los Criterios de Política Económica y la Iniciativa de Ley de Ingresos de la Federación, para, en otro comentario, abundar en la parte de ingresos y entrar de lleno al Presupuesto de Egresos.
Se proyecta, con un optimismo que parece poco objetivo, que nuestra economía crecerá entre 1.8 y 2.8 por ciento en 2026. Es decir, 2.3%, un punto más sobre la expectativa del FMI y la media de la encuesta de expectativas de Banco de México.
Hablando de brechas, a inicios del sexenio pasado, en 2019, desde la Presidencia de la República se hablaba de que, eliminando la corrupción, promoviendo el desarrollo y más inversión pública y privada, México tendría un crecimiento de 4% en promedio anual en el sexenio. Se prometía traer de vuelta los números del “desarrollo estabilizador” de los años 50 y 60.
En las cuentas alegres, se apostaba a que creceríamos al doble que el 2% de más de tres décadas de “rotundo fracaso” del “periodo neoliberal”. Máxime, se remachaba, descontando el aumento poblacional, con lo que el crecimiento apenas rebasaba el cero.
Seis años después, ni siquiera llegó a la mitad de la marca del “periodo neoliberal”, apenas pasando de 0.8%, y lejos del 2.2% de Estados Unidos en el mismo lapso, cuando desde los 90 había cierta sintonía. Peor: el PIB per cápita de hoy está debajo de los niveles de 2018.
Como es claro a estas alturas, tampoco se eliminó a la corrupción, como evidencia el escándalo que hoy se destapa del “huachicol fiscal”, probablemente uno de los mayores fraudes en la historia de México.
A pesar de que ya en 2020, desde el Palacio Nacional se sacudía un pañuelo blanco para afirmar el fin de la corrupción en la cúpula gubernamental. Se prometía el “ahorro” de 500 mil millones de pesos anuales por la lucha contra la corrupción, lo que ayudaría, junto con la “austeridad republicana”, a promover mucho más el desarrollo, pero con estabilidad económica y fiscal. Precisamente como, se decía, durante el “desarrollo estabilizador”.
Pero ni desarrollo, ni estabilización, como muestran las cuentas del Paquete Económico 2026.
En cuanto a la Ley de Ingresos, Hacienda los proyecta en 10.2 billones de pesos, 22.5% del PIB. Un aumento de casi 6% real contra 2025, principalmente por una mayor recaudación tributaria (58% del total) y con incrementos de impuestos para bebidas azucaradas, tabaco, apuestas y videojuegos, así como de 10 a 50 por ciento en aranceles de muchos bienes procedentes de China y otros países, desde calzado hasta automóviles.
Hay que analizar las implicaciones de esas medidas, porque algunas preocupan, como el aumento de 0.5 a 0.9 por ciento en el ISR a los intereses que ganan los ahorradores, con retención automática sobre el capital. Por lo pronto, esos detalles de la miscelánea fiscal y las fuentes de financiamiento presupuestal, en general, evidencian la precariedad fiscal y financiera del Gobierno tanto por los excesos y errores del sexenio pasado como por la falta de una reforma hacendaria.
La recaudación tributaria como porcentaje del PIB sigue siendo bajísima, y con tasas impositivas relativamente altas. Apenas ronda el 18%, mientras que en Brasil pasa de 32% y el promedio de la OCDE es 34 por ciento. Seguimos con el problema estructural de una inmensa economía informal que reproduce la precariedad fiscal tanto como la económica y social.
No ha habido soluciones de fondo, y en cambio, sí un disparo en el endeudamiento.
La deuda representa el 14.4% de los ingresos presupuestados, y aunque se proyecta un superávit primario de 0.5% del PIB, lo que significa recaudar más de lo que se gasta antes del pago de intereses de la deuda, el déficit, considerando los Requerimientos Financieros del Sector Público (RFSP), se situaría en 4.1% del PIB, 1.59 billones, 0.2 puntos arriba del prometido para 2025.
Evidentemente, se abandona el compromiso de un ajuste importante para reducir la brecha entre ingresos y gasto, que llegó al 6% al corte del año pasado. El Saldo Histórico de los RFSP, la medida más exacta de la deuda pública, superará el 52% del PIB, como en el presente año. Por primera vez, la deuda rebasará los 20 billones de pesos. Los niveles más altos de la historia.
Como si cada mexicano cargara con un pasivo de 151 mil pesos. Y eso si se cumplen los pronósticos de crecimiento, porque si resulta el 1.4% perfilado por analistas, la deuda subiría a cerca de 53.5% del PIB, como resalta un análisis de México Evalúa.
Confirmación de otra promesa rota, como anota este centro de análisis: que no se iba a endeudar al país y de un manejo responsable de las finanzas públicas: el déficit amplio al corte del sexenio pasado fue 178% mayor al de la administración de Enrique Peña Nieto. De hecho, refiere, el Estado mexicano no se había quedado tan corto de dinero en 35 años, aunque el gobierno que detonó eso “salió ileso: pateó el explosivo de su deuda hacia la nueva administración”.
Si dividimos el total de la deuda entre la población, al cierre del sexenio pasado cada mexicano debía casi 18% más que en 2018, arriba de 19 mil 500 pesos adicionales. En cambio, el PIB per cápita cayó 1.2% en el mismo lapso, 2 mil 300 pesos menos.
Lo peor, como subraya México Evalúa: este endeudamiento no se reflejará en un mayor gasto de salud, educación o seguridad, ni tampoco inversión para incentivar el crecimiento. Sobre todo, se ha ido, y se irá, en pagar deuda y mantener a flote a Pemex.

