A finales de octubre de 2025, el mundo enfrenta una nueva tensión económica: China endureció sus restricciones a la exportación de tierras raras, minerales esenciales para la energía limpia, la defensa y las tecnologías digitales. La decisión encendió las alarmas en Europa y Estados Unidos, que reaccionaron con medidas para reducir su dependencia del dominio chino, marcando un nuevo capítulo en la disputa por el poder global.

Durante el Diálogo Global de Berlín, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, advirtió: “Europa ya no puede hacer las cosas igual”. Recordó que más del 90% de los imanes europeos provienen de China y presentó el ambicioso plan RESourceEU, con el que busca asegurar el suministro mediante reciclaje, almacenamiento y alianzas estratégicas con Canadá, Australia y Ucrania.

Con cerca del 70% de la producción mundial y casi todo el refinado, China mantiene una posición dominante. Las nuevas restricciones, vistas como respuesta a los aranceles de EE. UU., ya obligan a las industrias europeas a buscar alternativas. En respuesta, Emmanuel Macron propuso activar el Instrumento Anticoerción (ICA), la llamada “bazuca comercial” europea, que permitiría imponer aranceles o limitar inversiones chinas en el continente.

En paralelo, Washington refuerza su estrategia con aliados del Pacífico. El 28 de octubre, Donald Trump y la primera ministra japonesa Sanae Takaichi firmaron un acuerdo en Tokio para crear reservas conjuntas de tierras raras, coordinar inversiones y acelerar permisos mineros. El pacto se suma a la red de cooperación con Australia, Malasia y Tailandia, bajo la consigna de evitar que “un solo país controle los materiales esenciales del siglo XXI”.

Tanto el plan europeo como la diplomacia minera estadounidense buscan frenar el control de Pekín. Sin embargo, los expertos advierten que construir cadenas de suministro alternativas exigirá años de inversión, tecnología y voluntad política, en una carrera donde la seguridad económica es ya el nuevo campo de batalla mundial.

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