Cuando Héctor Munguía Calderón no está lanzando golpes arriba del ring, está enterrando muertos, tal como lo hacía su padre, Pablo “El Sepulturero” Munguía, una leyenda del boxeo poblano con 217 rounds profesionales. Hoy, retirado, Pablo guía los pasos de su hijo tanto en el boxeo profesional como en su labor diaria en el Panteón Civil de Dolores, donde Héctor entrena, trabaja y se forja carácter entre tumbas y lágrimas.
Desde los 15 años, el joven decidió seguir la tradición familiar: entrena corriendo entre mausoleos, levanta fuerza con palas y lápidas, y perfecciona su resistencia en el silencio del camposanto. “Siempre he tenido admiración por mi padre… hoy siento que estamos llegando muy lejos”, confiesa el Superpluma poblano, quien presume 18 peleas profesionales, 16 ganadas, un empate y una derrota.
Sin embargo, su vida no es sencilla. “Vivir entre muertos y ver el dolor de las familias te obliga a hacerte de corazón de piedra”, dice Héctor, quien reconoce que no todos los días son fáciles. Su padre, con 37 peleas profesionales, títulos nacionales y continentales, lo guía no solo con consejos técnicos, sino con bendiciones antes de cada combate.
Su entrenamiento poco convencional le ha servido para dominar ambas guardias —“abrir tumbas me enseñó a moverme mejor”— y fortalecer su disciplina. En su última pelea, noqueó en el tercer round a Humberto “El Lobo” González Cortés, demostrando que la mezcla entre fuerza heredada y técnica propia lo colocan como una promesa del boxeo mexicano.
“Mi hijo debe pelear con corazón, pero también con cabeza”, afirma Pablo, orgulloso de ver a su descendiente continuar un legado que ya abarca tres generaciones de sepultureros boxeadores. Mientras entrena entre lápidas y cruces, Héctor sueña con convertirse en campeón mundial y representar con orgullo a Puebla en el cuadrilátero.

