Dicen que las grandes obras sobreviven al tiempo, pero en Puebla, ni el concreto soporta las promesas políticas. Fue el 18 de noviembre de 2024 cuando el entonces gobernador Sergio Salomón Céspedes Peregrina, entre aplausos y discursos de modernidad, inauguró con bombo y platillo el nuevo edificio del Poder Legislativo, una estructura que, según aseguró, duraría “por lo menos 150, 200 años”.
La realidad, sin embargo, apenas resistió una temporada de lluvias.
El pasado 6 de octubre, un video exhibió a trabajadores de limpieza sacando agua con jergas y cubetas tras severas filtraciones en la nueva sede del Congreso. El supuesto ícono arquitectónico de vanguardia, construido con una inversión final de más de 855 millones de pesos, hoy parece más un monumento al despilfarro que a la modernidad.
Los desperfectos no son pocos: goteras, problemas eléctricos, falta de conexión a internet, filtraciones en muros, escaleras dañadas y llaves de lavabo descompuestas. Todo esto en una obra que, según sus creadores, debía perdurar “por generaciones”.
Y, como si la ironía necesitara un sello oficial, el Congreso de Puebla anunció que para el ejercicio fiscal 2026 solicitará un aumento presupuestal del 10% —unos 20 millones de pesos adicionales— exclusivamente para el mantenimiento del edificio “nuevo”.
El presidente del Poder Legislativo, Pavel Gaspar, explicó que en el presupuesto de este año “no se contemplaron gastos de mantenimiento”. Algo así como comprar un auto de lujo sin considerar el costo del aceite.
Así, mientras las y los diputados aseguran que el dinero no será para aumentos salariales, sino para “mantener la dignidad de la sede”, los poblanos observan cómo una obra prometida para durar siglos ya pide socorro en menos de un año.
Quizá, al final, la durabilidad prometida no era de 200 años, sino de 200 días.

