El expresidente francés Nicolas Sarkozy, de 70 años, ingresará el 21 de octubre a la prisión de La Santé, en París, para cumplir una condena de cinco años por conspiración criminal, convirtiéndose en el primer líder francés de la posguerra y el primer exjefe de Estado de la Unión Europea en cumplir una sentencia de cárcel.
La justicia francesa determinó que el entorno del exmandatario, con su consentimiento, recibió millones de dólares del régimen libio de Muamar el Gadafi para financiar ilegalmente su campaña presidencial de 2007, a cambio de la rehabilitación diplomática de Trípoli. La jueza Nathalie Gavarino calificó los delitos de “excepcional gravedad”.
Aunque fue absuelto de otros cargos de malversación y corrupción pasiva, Sarkozy calificó la decisión como un “escándalo” y anunció que apelará. Sin embargo, la sentencia simboliza el fin de una era política marcada por el poder y el exceso.
Su ingreso a prisión se produce en un contexto de crisis política en Francia, donde el presidente Emmanuel Macron enfrenta presiones para dimitir y un Parlamento dividido. Mientras Sébastien Lecornu intenta sostener el gobierno, la derecha y la izquierda preparan mociones de censura.
El otrora “hiperpresidente” ofreció una cena de despedida con sus aliados, insistiendo en su inocencia y prometiendo “llevar la cruz hasta el final”. Cumplirá su condena en un área especial para reclusos de alto perfil, con visitas restringidas.
Una encuesta nacional revela que el 61% de los franceses considera justa la sentencia, mientras el 38% la ve como una venganza política ligada a su rol en la caída de Gadafi en 2011 durante la Primavera Árabe.
Con Sarkozy rumbo a prisión y Macron al borde del colapso político, Francia presencia el choque de dos eras: una que se derrumba por sus sombras del pasado y otra que intenta mantener en pie una república fracturada.

