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El efectivo en circulación en México vive un ascenso que ya genera alertas económicas y sociales. En 2001, los billetes y monedas representaban apenas 2.2% del PIB, pero para 2025 su peso se elevó a 8.6%, un cambio que especialistas consideran una señal crítica del deterioro institucional, la incertidumbre y la falta de modernización financiera en el país.

El salto se agudizó tras el golpe económico de 2020, cuando el PIB se desplomó 8.5%, empujando a miles de personas y negocios a operar fuera del sistema bancario. Para el analista Alejandro Gómez, del grupo GAEAP, este fenómeno refleja cuatro efectos corrosivos: menos bancarización, menor productividad, caída en la recaudación y un aumento en la desconfianza que impulsa a guardar dinero como “refugio”.

La baja bancarización frena inversiones, complica el acceso al crédito e inhibe la digitalización empresarial, debilitando la competitividad. Paralelamente, las transacciones opacas limitan la capacidad tributaria del Estado, reducen el rastro contable y erosionan el control fiscal.
Gómez advierte: “Esto es una alerta roja sobre la estructura productiva, la seguridad, la confianza y la capacidad del sistema financiero para sostener el crecimiento”.

El auge del efectivo revela un retroceso en el camino hacia la modernización y amenaza el desarrollo sostenible. Si este medio de pago deja de ser residual para convertirse en dominante, México arriesga su estabilidad económica, su atractivo para inversiones y su fortaleza institucional en un contexto global que avanza hacia la digitalización.

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