La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Las convalecencias sirven, entre otras cosas, para ver ese tipo de programas que, si estamos saludables, no nos detendríamos a ver.
Recuperarse de cualquier padecimiento es un trámite engorroso que requiere mucha paciencia.
Causas lástima. La gente te mira como si fuera la última vez que fuera a saludarte, y por añadidura se comporta de lo más hipócrita, o como marca lo políticamente correcto, amable rayana en lo cursi.
El enfermo intenta aferrarse a la vida y generalmente lo mejor la vida se encuentra en el pasado (ya sea en el reciente o en el remoto).
En mi caso, el pasado que más me reconcilia con la vida es cuando quise ser rockstar. Recuerdo siempre con gran alegría los pocos ensayos que tuve en un grupito aldeano de rock, que más bien era una bandita de garaje que se juntaba para beber y de paso para dar tumbos con los instrumentos. Esos instrumentos eran, por supuesto, los más chafas del mundo. Guitarras Yamaha, bajo Yamaha, batería “tom tom” y una flauta transversal de manufactura china.
Y ahí estábamos… esperando que la gloria nos llegara por ósmosis entre caguama y caguama con un repertorio bazofia.
El fin de semana abrí el Youtube y pasé revista por algunos de los videos que me encantaba ver en aquel tiempo. Casi todos de rock. Del peor rock ochentero; lleno de loops de sintetizador. Un horror.
Luego me puse a divagar y rememoré cómo se peleaban mis compañeros para ser la primera guitarra del grupo. Todos querían tocar el solo más largo y goloso. Pero eso no era posible ya que si pretendíamos armar una banda, alguien debía tomar el lugar del bajo y otro el de la batería y otro el del teclado.
A mí me iba de maravilla menear el pandero, el huevecillo y medio tocar la flauta. Yo no significaba un problema para la banda por varias razones:
Una chica en minifalda siempre jala público.
No quería ser la guitarra líder.
No entraba en la competencia de quién la tenía más grande.
Nuestros ensayos fueron bautizos como las “chaquet sessions”. Disponíamos de un cuarto lo suficientemente grande para que todo sucediera ahí dentro, pero lo que más sucedía era eso: la chaqueta. De mis compañeros, por supuesto. ¿Y qué ganaba el mequetrefe que tenía mejor ejercitada la muñeca? El pase automático de perfilarse como primera guitarra.
Y es que pensándolo bien, en esos tiempos donde los Satrianis y los Steve Vai y los metaleros virtuosos rifaban con solos kilométricos y ultraveloces, los chavos nunca aspiraban a ser bajistas; que suelen ser guitarristas frustrados que tocan ostinatos en el fondo. A los bajistas sólo los apreciaban unos cuantos drogones clavados que se ponían junto a la bocina para sentir el “bum, bum , burubum”.
La segunda posición en importancia de esas bandas era, sin duda, la del baterista, pues aunque siempre está atrás de todos, es quien se siente más macho por sorrajarle a los platillos y pedalearle al bombo como un animal. El baterista es el más sucio de la banda y por lo tanto se lleva la presea de plata entre las chicas.
Por otro lado, la selección del tecladista siempre fue un problema porque su figura evanece entre las demás. Podríamos decir que nadie quería ser el tecladista ya que era el instrumento más delicado, por lo tanto el ejecutor siempre era blanco de sospechas… El delicado, el afeminado de la banda.
Regresando al tema de los videos que vi este fin de semana, y recordando a su vez mi época de aspirante a rocker, caigo en cuenta que el guitarra líder es el que siempre se lleva a las mejores morras, y eso tiene mucho que ver con la forma que adopta al tocar su instrumento.
El guitarrista tiende a ponerse siempre en medio. El guitarrista utiliza el brazo de la guitarra como una prolongación de su cuerpo, y si el tipo es un sobrado de sí mismo, se contonea en los solos como si el brazo de la guitarra fuera la extensión natural (y lustrosa) de su precario pene.
El abuso en la velocidad de los solos no es otra cosa que una masturbación pública de lo más grotesca y barata (si no es un virtuoso).
¿Cuántas veces no vimos a las grupis de Slash, sudar y cachondearse, cuando se paraba sobre el piano de Axl Rose en pose de espadachín con su Gibson Les Paul?
En este caso en específico, Slash (junto con Rose) era el merecedor de la felación más suculenta. ¿Por qué? Por ser la primera guitarra y porque el movimiento de sus dedos suponía una prometedora recompensa para la elegida a recibir sus favores.
Lo paradójico era que, seguramente (y por tanto Jack Daniels) al pobre Slash no le funcionara tan bien el “amiguillo” como le funcionaban los dedos.
Pongo a Slash como ejemplo ya que era el guitarrista de moda en los tiempos en los que mis amigos querían ser rockeros, o mejor dicho, guitarristas de rock.
A partir de entonces, recordaba mientras convalecía, supe que hay que desconfiar de los guitarristas que no ven los trastes de la lira al tocar sus solos.
El exceso de confianza en la propia “técnica” se lleva también a otros ámbitos de la vida, pensé. Y si un guitarrista es tan onanista como para no mirar su guitarra cuando la toca, ¿cómo será con su mujer?
