La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Machia / @negramacchia

¿Qué tiene que pasar para que la vida de un hombre brutalmente libre culmine como un espectáculo patético?

¿Por qué las personas brillantes paren hijos idiotas o se casan con sus captores?

La piedra de la locura que se aloja en los cerebros extraordinarios no es hereditaria, o sí… pero para mal.

Ya lo hemos visto: los hijos de Carlos Fuentes, muertos prematuramente de manera trágica. ¿La hija de Paz y Elena Garro? Una poeta mediocre y deschavetada. ¿Las hijas de Salvador Elizondo? Una se llama Pía y la otra Mariana y creo que tejen muy bonito.

Nombro a l@s anteriores por poner algunos ejemplos calamitosos.

Lo que vimos de unos años a la fecha con José Luis Cuevas y su guerra familiar es uncaso extremo. Un caso para el diván.

Es el clásico drama telenovelesco de la madrastra advenediza y mala, contra las hijas marginadas del uso y explotación de la obra del padre. Y no sólo eso: expulsadas vilmente del reino.

¿Qué pasa por la memoria de un hombre que en sus mejores tiempo encarnó al auténtico libertino, al enfant terrible, para después renunciar al cauce natural de su destino?

Hay hombres pusilánimes de nacimiento. Hombres a los que les gusta ser sometidos. Hombres cuya voluntad depende del buen o mal humor de su mujer; y Cuevas (dicen quienes lo conocieron y quienes lo leyeron y quienes lo lidiaron) no era para nada ese tipo de hombre.

Por otro lado,  hay mujeres que consiguen, con cierto talento y maña, dominar a esos hombres ya sea por la vía del intelecto o por el poder infalible del sexo.

En este caso particular, el de Cuevas, nadie se explica bien cómo una mujer tan anodina y de tan pocas cualidades pudo minar la vida, no sólo del hombre, sino del artista.

Corría el año 2013 y un video dejó conmocionado al mundo cultural mexicano: un disminuido José Luis Cuevas aparecía dando una rueda de prensa con la única intención de alzar un muro entre él y sus hijas. De abusivas y mentirosas, con una voz titubeante y temerosa, no las bajó. Visiblemente dopado (acababa de salir del hospital) y con su celadora junto, se deslindó hasta de su hermano, el psiquiatra, quien semanas antes declaró a los medios que su hermano estaba sometido a una especie de secuestro doméstico. A torturas psicológicas que lo tenían visiblemente en la lona.

¿Qué se fizo el Casanova que durante toda su vida llevó un diario de sus correrías nocturnas? El viril carnero que no dejaba vivas a poetas, actrices, putas de barrio y  putas finas… y a sus modelos.

Los escándalos no se van con la urna de madera. No se dispersan como las cenizas.

El funeral de José Luis Cuevas se convirtió en un show tristísimo cuando se les negó la entrada a la funeraria a las hijas.

¿Hay algo de peor mal gusto que hacer una lista de “nos reservamos el derecho de admisión” en un velorio?

Ante este hecho lamentable, las hijas no tuvieron otra opción que apersonarse en Bellas Artes. Ahí, frente a todo México, delante de la comunidad artística y los pocos contemporáneos que le sobreviven al dibujante, subieron a despedir al padre entre gritos y chiflidos de la concurrencia, para luego dar paso a un arponazo propinado por Homero Aridjis, quien improvisó un discurso demoledor contra la mujer que castró definitivamente a su amigo.

La despedida al gran José Luis cuevas estuvo a punto de convertirse en un Rosario de Amozoc… o en un desafortunado capítulo de La Rosa de Guadalupe.

No hay que pasar por alto un hecho: esta fue la segunda muerte de Cuevas. La primera llegó sin que él mismo se percatara el día que se enamoró de su captora.

Un caso real de síndrome de Estocolmo.

Uf.

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