Plumas Ibero Puebla
Por Laura Angélica Bárcenas Pozos
La semana pasada estuvo como invitado del Claustro de Educación de la Ibero Puebla el filósofo argentino Carlos Cullen.
Debo decir que me tocó organizar este evento. Fue ampliamente significativo estar cerca de tan brillante personalidad, pues a pesar de sus más de 70 años la lucidez del doctor Cullen, así como su generosidad y humildad nos cautivaron a todos. Ello me llevó a comprobar una vez más que personas brillantes y sabias son siempre humildes. Sin embargo, no quiero hablar de la personalidad de Carlos, sino de lo que nos enseñó en su visita.
Uno de los primeros días el doctor Cullen preguntó “¿quién enseña a usar bien la razón?”, y a diferencia de otras cuestiones ésta prácticamente no generó polémica. Todos los asistentes estuvimos de acuerdo que esa es una tarea de la escuela.
Después explicó que se “usa bien la razón cuando hacemos lo que tenemos que hacer y no lo que deseamos hacer”. Añadió que para eso se establece un currículum y señaló a los jesuitas como “padres del currículum” con la Ratio Studiorum. Tanto la Ratio antigua como el currículum actual son una forma de organizar los contenidos escolares para atender una formación académica.

Según el doctor Carlos Cullen, ese currículum debería estar orientado para que usemos bien la razón y hagamos lo que tenemos que hacer, ya sea para el bien propio o el colectivo. En este sentido, los jesuitas dicen que cuando tomamos una decisión debemos pensar en el mayor bien común y esa es otra manera de usar bien la razón.
Ahora que se ha dado a conocer el Modelo Educativo 2018 me pregunto qué tanto han utilizado cuestiones para que los niños y adolescentes usen bien su razón.
Por supuesto que aprender bien la lengua, es decir, tanto a leer comprensiva y críticamente como a escribir ideas propias y críticas; además de desarrollar un pensamiento lógico-matemático es lo que permite a los seres humanos aprender a usar bien la razón. Pero también es necesario ayudar a los niños y jóvenes a dialogar, pues a través de éste se desarrollan muchas habilidades intelectuales que permiten usar bien la razón.
Por ejemplo, cuando hay diálogo hay que generar ideas, esas ideas deben ir acompañadas de buenas razones. Cuando esas razones están bien fundamentadas, es difícil refutarlas, pero cuando son débiles hay otras buenas razones que las contradicen.
El diálogo también nos obliga a escucharnos y escucharnos es una buena posibilidad para entender al que es diferente, al que piensa diferente; obliga a escuchar las razones que tiene ese diferente para pensar cómo piensa. Para Lipman, la escucha es el principio del diálogo y para cualquier filósofo lo es también. Incluso una de las lecciones que aprendí con el doctor Cullen es que la filosofía ha avanzado, aunque lentamente, a través de los siglos, porque ha habido pensadores que “escuchan” a otros filósofos no necesariamente para criticarlos, pero al entender sus razones van encontrando “huecos” que permiten ir avanzando en la construcción del pensamiento humano.
Hasta aquí he hablado de tres habilidades básicas para un buen diálogo: generar ideas, dar buenas razones para soportar esas ideas y escuchar para entender los argumentos de esos “otros” con los que se dialoga. Si esas tres cosas básicas se practican en las escuelas como pretexto para analizar casi cualquier contenido educativo, veremos en un futuro no lejano a personas más pensantes y menos sumisas, personas que utilizan el pensamiento crítico, como pretende el señor Nuño.
Aunque, me pregunto, ¿qué tanto estamos preparados los maestros para practicar estas habilidades y enfrentar a esos alumnos pensantes? Pero esa cuestión es tema de otro costal.
